sábado, 17 de julio de 2010

Cantabria

Me quedo con el paisaje, y eso que yo no le hago muchas concesiones a la naturaleza, pero es imposible no hacerlo en Cantabria. Mi primera imagen fueron las montañas cubiertas de helechos, que no había visto nunca, las rocas tan impresionantes, el saber que en la zona del nacimiento del río Asón y ese valle que corta la respiración se halla una de las zonas de cuevas más grandes del mundo. Y la palabra "kárstico" por todas partes, y lo antiguo que suena.

Lo principal, lo que uno espera de Cantabria, está por llegar: Santillana del Mar, Comillas, y lo "antiguo" otra vez, como ver alguna cueva con pinturas prehistóricas. Viendo ayer el Parque de Cabárceno, me imaginaba a los trogloditas caminando por allí. Ahora somos los turistas los que nos creemos que hacemos un safari por carreteras asfaltaditas, pero viendo animales en un zoo más natural. Pero como me gustan poco los bichos, mismo en ese parque me volví a quedar con el paisaje, tan verde y con rocas impresionantes, y la sensación de estar en el norte de España, y pienso en las miles de veces que habré contado en el extranjero que España no es tan seca como se piensan, ni que todo es Andalucía. Pero lo mismo pensaba yo de Alemania: que todo era Baviera, los Alpes y Heidi.

Sin embargo los bávaros tienen montañas, pero no playa, y el norte de Alemania tiene playas, pero no montañas, mientras que los cántabros lo tienen todo: playas con montañas alrededor, como la playa de Laredo. El sitio no es tan bonito, pero la playa es impresionante, y con marea baja, como estaba hoy, es anchísima, y con la forma curva que tiene, ideal para correr, pues da para un buen entrenamiento, por lo que cunde. Y el clima del día de playa, me recordó al de la tierra donde vivo: tras un día lluvioso ayer, amaneció hoy gris y más bien frío, para a lo largo del día en la playa, pasar de estar arropada a quemarme al sol. Eso me pasa por turista ingenua: ni que yo no supiera que se quema uno con el cielo nublado, y más luego expuesta a un sol de justicia como en cualquier playa del Mediterráneo. Así que he pasado de turista blanquecina, a rojo cangrejo. Pero me gustó el cambio de panorama y todo en un par de horas: de turistas playeros arropados con toallas, chaquetas o jerseys, pasamos a ser turistas al calor de un sol del mes de julio que no hace distinción de costas. Y de repente, salvo el paisaje y la montaña que dominaba también a la playa, parecía uno de tantos veranos, en los que da igual si estás en el norte o en el sur, pues la arena, y el mar tan calmado y menos frío de lo que me esperaba, me devolvió las mismas sensaciones estivales. Pero esta vez en Cantabria, y con ese paisaje que no se ve todos los días.

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