Que no, que no, que no voy a hablar de fútbol, y eso que la semifinal Alemania-España promete nervios, como la final de la Eurocopa, y encima, al vivir aquí, me suena a revancha, que me lo vienen avisando, y además me van a tocar las narices estos días, hasta el miércoles, y para colmo me tengo que tragar el partido comentado por los listillos comentadores alemanes, a los que el juego de España les parece tan decepcionante hasta que España marca un gol y entonces sólo hay alabanzas a un juego con clase ... eso dicen, pero les cuesta, porque encima están muy creciditos, y yo a Löw se lo permito, y a un amigo mío, pero al resto no.
Así que hablo de ciclismo, del Tour de France, otro deporte del que sé menos aún pero que admiro mucho más, por no saber montar en bici. Porque menuda tortura hacer tantos kilómetros en bici, montaña arriba montaña abajo, y la de turismo que hacen, mucho más ameno que correr en un estadio de un lado para otro. Yo me aficioné al Tour de France, como muchos otros españoles, en tiempos de Indurain. En Alemania hubo una ligera fiebre con Jan Ulrich, que pasó a mejor vida tras los escándalos de dopaje, y con ello el Tour volvió rápidamente a un segundo plano en Alemania, y eso que Erik Zabel, un ciclista sencillo y admirable, ganó el maillot verde bastantes años sin que se lo reconociesen como a los otros dopados. Y en esta edición, sin quitarle méritos a Contador, que los tiene y muchos, y como me cae mal Armstrong, me parece más interesante la ruta. Desde que el Tour de France se sale de sus fronteras y cualquier cosa es Francia, mismo Rotterdam, el recorrido me parece más interesante, pues Francia, país bastante desconocido para mí, me parece bastante igual. Me ha sorprendido el comienzo en Rotterdam, que desde luego no es Francia, y ni siquiera parece Holanda. Tiene el puerto más grande de Europa, y sus torretas iluminadas, grúas, y actividad día y noche, hace que su horizonte parezca el de Nueva York. Es impresionante. No es una ciudad bonita, pero sí una de esas tantas ciudades europeas que ha hecho de su industrialidad un emblema de apertura a la cultura, con un resurgir estilo Bilbao o Manchester. Quedó bastante destruida tras la II Guerra Mundial, y por eso hubo espacio para crímenes arquitectónicos tan típicos de los años 50 y 60 por donde la guerra dejó sólo cenizas, pero también para experimentos arquitectónicos, y por eso Rotterdam tiene algo, y no sé qué es. No es Amsterdam, ni tiene el encanto de casi todas las ciudades holandesas. Cualquier pueblo en Holanda tiene encanto y Rotterdam es la ciudad menos holandesa de todas. Me parece un buen punto de comienzo del Tour, por hacer algo distinto, más que nada. Y hoy pasan por Bélgica y llegan a Bruselas. Ese recorrido lo he hecho yo en coche muchas veces, pero no cogen el camino más rápido, que para eso son ciclistas y tienen que sufrir, sino que dan un buen rodeo por Zeeland, una provincia fascinante en Holanda, la de los pólderes, islas, penínsulas y diques, que demuestra que Holanda no existiría si no fuese por ellos, pues en realidad son agua. Y el Tour entra en Bélgica por el norte de Amberes. En ningún país he visto además tanta afición ciclista como en Bélgica, el legado de Eddy Merckx. Por las carreteras de Bélgica se ve a mucha gente con la indumentaria y estilo tan profesional, que parece que se han escapado del Tour de Flandes. Seguirán por Malinas, una ciudad que me sorprendió la primera vez que la vi, pues no me sonaba de nada, y tiene una plaza preciosa, gigante y espaciosa, y unas calles muy bonitas, para llegar tras 223 km a Bruselas.
Al ver imágenes de la contrarreloj en Rotterdam, pensé que viendo el Tour o los Tours se pueden ver distintos cielos. El de Rotterdam es, como en toda Holanda, de nubes de algodón, pero esponjosas y con mucho gris en su tonalidad. Siempre pienso en si las nubes en Holanda copian a las de los cuadros del Siglo de Oro holandés, pero es que son así, de cuadro, y no me extraña que surgiera tanto pintor. Y en Bélgica o está el cielo gris (más bien esto) o está azul, sin nubes dramáticas de cuadro. Si yo fuese ciclista, compararía nubes y pavimento. En Bélgica este último es a veces de espanto, pero están muy iluminaditas las carreteras, hasta las autopistas. Y mañana van a Spa, pero no a tratarse de nada, pues hoy día todo tratamiento de bienestar o centro de relax se llama Spa, sino a la ciudad belga cuna de los balnearios llamada Spa, bastante feúcha en mi opinión. Tiene el encanto belga destartalado de muchas ciudades de la Wallonie, Valonia, y un esplendor oxidado de la época de cuando los balnearios en algunas ciudades europeas eran cosa de la realeza europea, y de gente importante. Pero de Spa sale también el agua mineral más bebida en Bélgica y en Holanda, tanto que los holandeses mismo piden "Spa blauw" para el agua mineral sin gas, y "Spa rood" para la con gas, habiéndose convertido en genérico para el agua embotellada. Y el tercer día fuera de Francia, pasarán por la Valonia pura y dura, por sitios desconocidos que recuerdan a Eddy Merckx y a esos pueblos tan belgas que deprimen al pasar por ellos y que dan esa imagen por la que la gente piensa que Bélgica es un país feo, a lo que yo siempre digo que no lo es, que hay que mirar más allá de lo que se ve desde esas autopistas con baches iluminadas, y esos pueblos sosos y grises del sur.
Entiendo lo de hacer turismo en bici, pero no sería lo mío. Más entiendo lo de matarse en bici, un deporte al que a veces no se le hace justicia, y encima hoy en día tan manchado por el dopaje. Pero la pregunta es si se aguanta esa presión a pelo, aunque de eso se trata, como fue en sus comienzos épicos, antes de tecnificar y comercializar todo tanto. Yo seguiré la ruta estos primeros días, en tierras del "Tour fuera de Francia", y luego me gusta ver siempre la llegada a París, y la de vueltas que se dan por el asfalto parisino. El resto, lo infravaloro, lo reconozco. Pero para entonces, el miércoles, ya habrá semifinal de fútbol: Alemania-España. O España-Alemania, que sé que no es lo mismo, pero los nervios son igual.
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