sábado, 16 de octubre de 2010

"Me gustan los libros pero no leer"

Mi hija pequeña tiene respuestas para todo. Por fn lee, pero no tanto como a mí me gustaría. Digamos que tiene libros, los hojea, y me dice mil veces "me aburrrrrrrro", demonstrándome que ya pronuncia la "r" como cualquier español del "terruño", y al recordarle yo durante estas dos semanas de vacaciones escolares que podría leer, ante tanto aburrrrrrrrrrrimiento, me dijo que si no lee es porque no le gusta, y entonces le dije que para qué se pide libros a veces: "Bueno, es que me gustan los libros pero no leer". Como siempre, me hizo reír. Parece yo, que voy comprando libros cada año convencidísima de que me los voy a leer todos, algún día, ... porque me gustan los libros, y también leer. Como me gustan los platos fuertes, ahora llevo nada menos que desde julio leyendo los Buddenbrooks, la novela de Thomas Mann de la saga familiar de Lübeck, y voy por algo más de la mitad, algo que disculpo diciendo que tiene casi 700 páginas y que la leo en alemán, y que es un libro de tomo y lomo, nunca mejor dicho. Thomas Mann la terminó con 25 años. Casi 30 años después, cuando le concedieron el Nobel de literatura, el jurado argumentó que era básicamente por esa obra. Y me lo creo. Quien sea capaz de escribir una obra así con esa edad, puede descansar la pluma para el resto de su vida, algo que no hizó Thomas Mann, del que Hemingway dijo que podría haber sido un gran escritor si no hubiese escrito los Buddenbrooks. A mí me tiene maravillada por el lenguaje, la descripción de la época, mismo de la ciudad, Lübeck y sus alrededores, los personajes tan bien estructurados, definidos, algunos repelentes, otros fríos como debía ser la vida en la época en esa alta sociedad. Y noche tras noche, cuando consigo centrarme en ese mundo de Lübeck de la segunda mitad del siglo XIX, vuelvo a maravillarme, a pensar que sólo unos elegidos son capaces de escribir un Quijote, un Cien años de soledad, unos Buddenbrooks, y que en comparación muchas obras son papeles rellenos.

Y pienso que hay que empezar, desde pequeñitos a inculcar el gusto por la literatura y los clásicos. En mi periplo por la literatura alemana, he descubierto también baladas y poemas de los que les hacen (o mejor dicho les hacían) aprender a la gente en el colegio antes, como a nosotros algún romance que yo todavía recuerdo de carrerilla ("Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tu naciste, grandes señales había). Aquí son de Goethe, Schiller, Fontane. Me quedo con el "Herr von Ribbeck auf Ribbeck im Havelland, ein Birnbaum in seinem Garten stand...", de Fontane, o de Goethe "Wer reitet so spät durch Nacht und Wind? Es ist der Vater mit seinem Kind". Y por eso estoy encantada con que mi hija mayor haya empezado en el instituto con un libro magistral para la literatura infantil: Das fliegende Klassenzimmer, de Erich Kästner (El aula voladora), un clásico en Alemania, como leer Platero y yo (admito que a mí de niña este último me pareció un tostón -probablemente debería leerlo ahora para apreciarlo- pero quizá lecturas así fueron la piedra angular para leer libros "densos", como dice un amigo mío que se ríe de mis lecturas).

Pero el otro día conseguí lo que parecía inalcanzable: que mí hija pequeña leyese en silencio un buen rato. La mayor ya le cogió hace tiempo el gusto a la lectura, y devora libros: no doy abasto a llevarla a la biblioteca y sacar y devolver libros, algo que hago encantada. La otra saca alguno, lo hojea y lo devuelve. Leer es un rollo, dice. Pero anoche, leyendo las tres juntas Manolito Gafotas que hacemos menos de lo que me gustaría, la pequeña dijo "anda, Carabanchel, donde vive la abuela". Y descubrimos a un personaje descrito como que "se despistaba y se quedaba embobado mirando farolas; él es un gran observador de cosas que no tienen ningún interés". Y le dije: "Mira, Natalia, leemos porque siempre hay alguien que expresa mejor que nosotros lo que nosotros pensamos, porque esos personajes de los libros están en la vida real". Y la mayor y yo nos reímos, porque Natalia es capaz de ensimismarse con el aire, con cualquier mosca que pase. Y a la vez es capaz, como hizo hace un par de meses, cuando apenas empezaba a escribir, de llegar a casa del cole y escribir literatura: "Es war einmal ein Mädchen, die war traurig, weil die Jungs sie geärgert haben", 'Érase una vez una niña que estaba triste, porque los chicos le habían fastidiado". El tema es la esencia de la literatura, y conservo el papel como prueba. A lo mejor consigo que le acabe por gustar el leer. Seguiremos en ello.

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