sábado, 4 de julio de 2009

Conciliar

Un tema bastante amargo para mí es la conciliación laboral y familiar en Alemania. Si de por sí, como mujer es difícil en todos sitios trabajar fuera de casa, y ocuparse a la vez de los hijos, Alemania es, de los países europeos que conozco, el peor y el que más discrimina a las mujeres. De momento parece todo muy bonito, por la posibilidad de cogerte una excedencia de tres años por hijo y la obligación que tienen de volverte a coger en tu puesto de trabajo. Muchas vuelven cuando los hijos tienen hasta tres años, y empiezan a trabajar media jornada. Muchas otras tiran la toalla, o porque no pueden más ya que los horarios no te lo ponen fácil o por la animosidad alrededor, o por decisión propia: porque desean seguir ocupándose ellas mismas de sus hijos a tiempo completo. Y otras, como yo, tras una pausa voluntaria, se ven abocadas a otra involuntaria. Porque una vez que te has metido en la dinámica es muy difícil salir: por la dificultad de encontrar un empleo correspondiente a tu cualificación siendo madre, por los horarios escolares y por la presión social.

En ningún otro país he visto que las mujeres abandonen una buena carrera profesional tan resignada y voluntariamente como aquí. Además de montones de mujeres con muy buena preparación y experiencia profesional en puestos de toda índole, conozco a una arquitecta, una doctora en biología, una médico cirujano, una bioquímica, he conocido a una jueza, a profesoras de colegio e universidad, y todas ellas están de amas de casa felices. Y no me lo explico. Yo hubiera sido una de las que hubiera vuelto tras los tres años de excedencia si el sitio donde trabajaba no hubiera cerrado. Yo y 500 empleados más tuvimos que firmar nuestro despido por regulación de empleo. En aquel momento no me preocupó especialmente, pues estaba convencida de que me iba a ser fácil encontrar un empleo. Grave error por mi parte, ignorancia, o ingenuidad, que es peor.

En el tiempo que llevo tratando de reengancharme profesionalmente, he aprendido muchas cosas: de la discriminación que sufrimos por ser madres, de la discriminación que las propias mujeres se hacen entre sí, pero sobre todo de que no me identifico nada con este encasillamiento al que me veo sometida. En las diversas entrevistas que he tenido nunca ha sido el problema mi preparación, ni la pausa profesional que he hecho, sino la pregunta clave es, ya que todo el mundo conoce los horarios escolares: "¿Y qué hace Ud. con sus hijas por las tardes o cuando están malas?". Al contestar que no tendría ningún problema en contratar a una canguro, la respuesta de un "superpadre" y jefe conmiserativo con la sociedad, y sobre todo con mis hijas, fue: "Yo a mis hijos no los dejaría nunca con una canguro". Me explicó que su mujer "se ocupa" de sus hijos, que aunque estén ya en el instituto "siguen necesitando a su madre". Yo le respondí que los hijos necesitan siempre a su madre, de pequeñitos y en la adolescencia, pero que una cosa no quita la otra. Cuando estaba claro que no me iban a dar el trabajo, le dije que si le ha preguntado a su mujer si a lo mejor no le gustaría hacer algo más que ser taxista de sus hijos y ayudarles con los deberes. Fue una entrevista con tres personas distintas, y los tres me juzgaron moralmente. Y eso fue lo peor. Como si por el hecho de querer trabajar fuera de casa sea una mala madre. El tercero me llegó a decir: "Pero no piensa Ud. que está mejor con sus hijos?", en tono paternalista. Ésta fue la entrevista más denigrante que he tenido, pero otras no se han quedado cojas. El día en el que en una entrevista de trabajo le pregunten a un hombre que qué hace con sus hijos por las tardes o cuando estén enfermos, habrá igualdad.

Yo soy la primera en respetar a las amas de casa que quieran serlo por decisión propia, pues es un trabajo que no se paga con dinero, y ni es reconocido ni apreciado por nadie, lo aseguro. Pero también pido que me respeten a mí por querer trabajar, y por no tener suficiente (como mujer) con el modelo de vida tradicional. Y esa falta de respeto viene a menudo de otras mujeres. Me parece inaudito que haya tanta oposición a la ampliación de horarios en los colegios, y son las mismas madres quienes opinan que a los pobres niños no se les puede tener tantas horas en el colegio (por favor, observen el resto de países europeos). Me pregunto si el colegio es entonces la excusa perfecta para vivir haciendo pastelitos, manualidades e involucrase en todo tipo de actividades en el colegio (por las mañanas, claro). "Ah, no, es que yo no puedo trabajar", dicen muchas. Y yo digo "Ah no, es que yo puedo y quiero trabajar, pero no me dejan como a mí me gustaría". Porque no cabe duda de que toda reducción de jornada es beneficiosa para la familia, pero no lo es profesionalmente, pues pienso que es muy difícil hacer algo serio trabajando 15 ó 20 horas a la semana; algunas lo han conseguido, pero las menos. Así que declaro abiertamente mi respeto y admiración por las Rabenmütter alemanas (literalmente 'madres de cuervos'), palabra despectiva sólo existente en alemán para designar a las madres desnaturalizadas, las que no se ocupan de sus hijos como deberían por preferir otras actividades como trabajar. Seamos serios. Estamos en el siglo XXI y hay mujeres, como yo, que no hemos estudiado por pasar el rato, sino porque lo hemos deseado y hemos querido llegar a ser algo. Si hay algo de lo que estoy orgullosa es de ser madre de mis hijas, pero ante todo soy yo, una mujer con ganas de hacer algo más que organizar el calendario social y extraescolar de mis hijas (nada fácil por cierto) y de vivir acorde a mis principios, y no de los que me dicta una sociedad tan sorprendentemente machista como la alemana. Continuará.

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