martes, 14 de julio de 2009

El amor a los animales y a otros "bichos"

Cuando corro por el bosque oigo todo tipo de sonidos de la naturaleza: desde las hojas moviéndose al son del viento, siempre presente en esta región, a los pájaros cantando, incluso a un buho a mi paso, y a un pájaro carpintero que tengo localizado. Por el árbol de delante de mi casa escalan a menudo unas ardillitas que deben o vivir ahí o en otro árbol cercano. Se ven erizos cruzar la calle por la noche, y hay que ir con cuidado de no pillarlos. A veces cruzan también la calle conejos que andan sueltos por ahí. Y luego tenemos a las martas, que en su adaptación al mundo moderno se comen los cables de los coches y más de un conductor no ha podido arrancar el coche por la mañana, tras el atracón la noche anterior del simpático animalito.

Por supuesto que no debe extrañar encontrarse a tanto animal si se vive rodeado de bosques y en una ciudad tan verde. Pero la visita que tuve hace poco de España me comentaba que en España ya ni en los pueblos se ven animales. Que la gente se los carga, con esa falta de respeto hacia los animales que nos caracteriza. A mí no me gustan los animales, y reconozco que no toco ningún bicho, pero no me deja indiferente la forma con que se los trata. No voy a entrar en el tema de los toros, que aunque no me gustan y no he ido ni iré nunca a ninguna corrida, puedo entender la afición y la pasión de muchos. Pero no entiendo la fiesta famosa en la que tiraban a la cabra desde el campanario de la iglesia, sustituida ahora por una de cartón piedra (muchos dirán que no es lo mismo, claro), y por la que algún alemán alguna vez me ha pedido cuentas, como si yo tuviera la culpa. Y desde luego que no entiendo el regocijo colectivo de hacer sufrir a ningún animal y encima celebrarlo, como ocurre con muchas fiestas nuestras en las que sobre todo el toro es el protagonista.

Cerca de donde vivo hay una calle cortada al tráfico con dos barreras que delimitan un tramo considerable y a ambos lados sendas señales indican que es zona de paso de ranas. Con mi desconocimiento del medio, yo nunca he sabido de estos fenómenos naturales: en primavera, las ranas inician unas marchas para poner los huevos en los sitios donde están acostumbradas a hacerlo siempre. Como tienen que atravesar carreteras, muchas son atropelladas en el intento. En Alemania, existen desde hace muchos años iniciativas para poner lonas a los lados de la carretera o cubos para luego transportar de manera segura a las ranas al otro lado. Bastante gente se involucra en este tipo de actividades. Desde luego que como en todas partes aquí habrá luchas ilegales de perros o gallos, pero no he sabido nunca de ninguna celebración pública donde el sufrimiento del animal sea el protagonista. Algo muy distinto en España, donde justificar tales fiestas diciendo que son "tradiciones" me parece más que antagónico y fuera de lugar.

Por otra parte aquí me choca que haya en muchas ocasiones más amabilidad hacia los animales que hacia las personas. Aquí se puede entrar en el metro o en el autobús con un perro, y a veces he pensado que es mejor ser perro que niño, a juzgar por las caras que pone la gente en sitios públicos cuando entras con niños. Durante años me peleé con toda la clientela de una pescadería de mi antiguo barrio en la que yo entraba con el carro del bebé, ya que me exigían dejarlo fuera, pues la tienda era estrecha y "molestaba". El dueño me dijo que ni se me ocurriera, que él tenía nietos, y que nunca los dejaría fuera, y yo le dije que si no dejaría de comprar ahí. Así que armada de valor seguí entrando y soportando las miradas de odio e incluso comentarios, pues lo normal es dejarlo fuera, cual perro, ni siquiera atado, aunque los perros entran a veces en las tiendas también. Es curioso vivir en un país en el que conviven las señales avisando del paso de las ranas con otras que prohíben el ruido de los niños (Das Lärmen der Kinder ist untersagt, rezan algunos carteles). En realidad son todos bichos, ¿o no?

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