domingo, 9 de agosto de 2009

El norte y el sur

Vivo entre el norte y el sur, física y mentalmente. Y el punto de convergencia soy yo. Hoy regreso del sur, y la llegada al norte me devuelve a mi otro mundo. Tengo varios, y el más complicado, mi interior, no conoce de geografía. Al llegar al aeropuerto de Hamburgo estaban haciendo la última llamada para un vuelo a Bruselas, y pensé que no era casualidad y que en ese vuelo me montaba también sin dudarlo, como he hecho en muchas ocasiones. Del ruido de Barajas llegamos al silencio del aeropuerto de Hamburgo. Siempre pienso que me he quedado sorda al llegar. Desde el avión, el paisaje tan verde anuncia que regresamos al norte. Cuando llego a Madrid, la sequedad de la meseta me dice que llego al sur, y me emociono al ver el paisaje tan amarillo y seco. Al menos hoy no se puso el cielo gris al pasar Francia, como suele ser, y Hamburgo nos ha recibido con 27° C y sol. A juzgar por el estado de la maravillosa hortensia que planté hace un mes, parece que no ha llovido mucho en la última semana. Como soy del sur, me largo con toda la tranquilidad confiando que el cielo de Hamburgo cuide de mis escasas flores, pero esta vez no ha sido así, ¡pobre hortensia! Basta con que no haya llovido en la última semana para que el recibimiento de las plantas haya sido desolador pues la "verdura" de Hamburgo exige agua, y mucha. Ahora mismo amenaza tormenta. Podía haber sido esta semana. Pienso en mi amiga, que siempre desea que durante las cinco semanas que pasa en España todos los veranos diluvie en Hamburgo, para a su vuelta disfrutar todavía de algo de verano. Como para fiarse aquí.

"¿Dónde está la cocina del avión?", nos ha preguntado hoy nuestra hija pequeña durante el vuelo, cuando nos han servido la comida. Nunca me había parado a pensarlo, a juzgar por el tamaño de los baños. Le hemos dicho que es la abuela la que cocina en el avión, como en Carabanchel. No parece que se lo haya creído, pero como abuela no hay más que una, todo es posible. Ha sido un placer estar con los míos, y con mis amigos. Cada vez echo más de menos a todos y cada uno de ellos. Por suerte aquí tengo a muchos otros también. Al llevar tantos años lejos de mi familia, valoro mucho la amistad, y gente maravillosa hay en todas partes. Por eso y como tengo alma gitana, no me daría pereza levantar la casa e irme a cualquier otro sitio; por curiosidad, o por no perderme nada. Los aeropuertos me recuerdan la cantidad de sitios posibles que hay por conocer, o en los que se puede vivir.

La fila de taxis Mercedes en su mayoría es lo primero que se ve al salir de la terminal. Más difícil es encontrar uno con espacio para una familia de cuatro personas y bultos grandes, pero los había. Las calles otra vez silenciosas, el tráfico también. Y ahora en mi casa oigo el silencio. No echaré de menos el ruido del patio al que da la ventana en Carabanchel: el insoportable aire acondicionado de la casa de enfrente, encendiéndose y apagándose toda la noche, los perritos del bajo ladrando a cualquier hora, los niños del piso de abajo riéndose a las dos de la mañana, la vecina que cena todas las noches tortilla a la una de la mañana: oyes el batir de los huevos, y cómo coloca luego plato a plato en el escurridor... Sonidos del verano en Madrid. Aquí se acaba el silencio y empiezo a oír los truenos de la tormenta, y la lluvia. No ha tardado mucho en empezar a llover. Hacía tres semanas que no había visto caer una gota de lluvia. Mañana refrescará. Todo vuelve a su sitio. Espero que yo también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario