viernes, 21 de agosto de 2009

Morriñas alimenticias

¿Qué productos necesita un español exiliado para sobrevivir? A juzgar por el surtido de la tienda española más grande que hay en Hamburgo, cada vez más cosas. Cuando llegué a Hamburgo en 1990, era difícil encontrar ciertos productos españoles, e incluso los más internacionales, como el jamón serrano, el queso manchego, y el chorizo, no se veían por ningún lado. Hoy día los venden ya en cualquier tienda de embutidos alemana. Pero "las necesidades" parecen haber aumentado. Por ejemplo, mi madre "necesita" cuando está aquí lejía pura y amoniaco; ¡a la tienda española que vamos! Esos venenos no los venden en la droguería alemana, en estado puro, sino rebajados, o mezclados con otros productos que "no limpian igual", según mi madre. Aceite de oliva en garrafa de cinco litros... imprescindible. Cuando mis amigos alemanes ven las garrafas en mi casa se ríen. Para los alemanes el aceite de oliva se vende en frascos pequeñitos, cual esencia, como mucho de litro, pero si son más pequeños mejor, para darle aspecto más gourmet a la cocina. Nosotros no, hala, a granel. También necesito arroz para paella, no el que no se pega, de grano largo, con el que no se hace un arroz pastoso decente ... para allá otra vez. Y luego están los productos clásicos: Cola Cao (menos mal que mis hijan dicen que les gusta más que cualquier otro cacao instantáneo, y hasta hemos conseguido que la mejor amiga de mi hija lo diga también, a pesar de todos los conservantes "E" que lleva), además de tomate frito (imprescindible, así simplón, como a mí me gusta), sardinas de lata, y otras conservas, magdalenas (de las de toda la vida y no esas tipo muffin que venden hoy por todas partes), y hasta Casera (¡viva el tinto de verano que me hice ayer!), mayonesa (aquí no le dan el mismo punto, lo siento), y podría continuar.

Los primeros años de emigrante me volvía de España con la maleta llena de comida. Por suerte ya no, pues ya lo venden todo aquí (salvo la morcilla de Burgos, que vuelve siempre conmigo en la maleta, empaquetada al vacío, junto con el jamón, que es mejor que el de la tienda). Y la visita a la tienda española, con el toro de Osborne que nos recibe en la puerta a los españoles, todas las banderas de las Comunidades Autónomas colgando del techo, y el turrón que venden todo el año (los alemanes se deben creer que lo comemos todo el año, qué engaño), hace que me sienta durante un rato como en la madre patria. Hasta churros congelados compré el otro día... No son igual que los de la churrería del barrio, pero para engañarnos algún domingo por la mañana nos da. Y mis hijas dicen que saben "casi" igual. Como la vida es un sucedáneo de algo mejor, al final, nos conformamos con poco. Qué fácil es ser feliz.

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