jueves, 24 de junio de 2010

Placeres veraniegos

Tras un invierno crudo crudísimo, una primavera fría y deslucida, el verano ha comenzado como un verano en toda regla. Llevamos una semana de sol impresionante, y desde ayer hasta con temperaturas veraniegas. Y el verano por fin se siente como verano, no sólo en el calendario, sino en cuanto a que por fin necesitamos ropa de verano (otro placer: abajo los abrigos, las bufandas, los jerseys, ir vestidos en capas como cebollas, ... pero no las botas, me encantan las botas, y los que han inventado las botas de verano -que no poseo- han tenido una gran idea, aunque sólo sea por la estética, no por su sentido absurdo en esta época del año). Las barbacoas se harán con su merecido clima y no congelados haciendo que es verano, como hicimos nosotros en mayo con la única que nos hemos atrevido a hacer hasta ahora. Y mientras corría antes, uno de mis placeres no sólo estivales, pensaba en eso que se dice de que los mejores placeres son los gratuitos. Correr es gratis, tomar el sol es gratis, pasear es gratis, hablar con tus amigos también, estar con la gente que quieres. Pero el verano es mi estación y en la que alcanzo la temperatura que necesito, y ayer volví a sentir el sol sobre mi (blanquísima) piel y a pensar en lo maravillosa que es la temporada estival. Estos días miro al cielo por las noches, pues a las 11 todavía se vez luz del día por lo extremadamente al norte que está Hamburgo y a las tres y media de la mañana amanece, y estos días de junio son los más largos del año, lo cual compensa (algo, no exageremos) por los cortísimos días en invierno. Y miro el cielo y pretendo agarrar el instante de tanta diurnidad, de estas noches en apariencia serenas. Junio es mi mes, y ya se va acabando. Pero el verano acaba de empezar (aunque en Hamburgo nunca se sabe lo que dura o si lo hay), y las vacaciones se acercan a pasos agigantados para cerrar un ciclo antes de comenzar otro.

No me quiero poner poética ni meditabunda, así que volvamos a los placeres prácticos para la vida diaria, y antes pensé también en uno que no es gratis, pero bien baratito aquí en Alemania: una bola de helado por 80 céntimos, o como mucho 90 (algunos descarados, los menos, piden un euro). Aquí hay heladerías que no cierran en todo el año, pero algunas abren de febrero/marzo a octubre/noviembre proporcionándonos nuestro pan de cada día en verano: el helado. Yo, que soy poco golosa, admito que es una de mis debilidades y durante mi primer embarazo, me comía uno diario a la hora de la comida en el trabajo en un puesto de helados que sigue estando en una esquina del Alster en el centro de Hamburgo. Y creo que algún kilillo de más que me quedó fue por ello. Pero en cuanto al precio, por un control escrito o no escrito, el precio de la bola de helado es sagrado, y los que pidan más del estipulado en la temporada, pasan a ser unos careros. Este año seguimos a 80 ct, y rara vez das con un helado que no esté bueno. Todos tenemos nuestra heladería favorita, aunque no hacemos ascos a las otras. El heladero de la esquina, cerca de mi casa, se llama Tom, y sonríe como nadie a los críos que se acercan y le dicen "Hola Tom", y le piden una o dos bolas con los consabidos anises que tanto les gustan aquí a los niños (ahora los hay con los colores de la bandera alemana... qué saturación de negro, rojo y amarillo, encima ahora con Alemania clasificada). Yo he tomado helados de mojito, de crème brulée, y de sabores de lo más deliciosos. Mis visitantes españoles se maravillan cuando invitan a helado y dicen "huy, qué barato", y entienden que yo diga que dejé de comer hace tiempo helado en España, salvo en una heladería del centro de Madrid que lo tiene muy bueno, pero cuyas bolas rácanas y caras me hacen no volver. Y aquí algunos se quejan de que han subido mucho los helados, pues recuerdan cuando costaban mucho menos. Con lo baratitos que son. Así que con 80 ct en el bolsillo se puede hacer mucho, y el pronóstico del tiempo es de sol para los próximos 14 días, ¡y gratis!!!!

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