lunes, 28 de junio de 2010

Ponerse de uñas

A partir de ahora me puedo poner de uñas, pues hoy tengo. Dejo una pausa aquí para que se rían los que me conocen, ... .... ...., pues no se creerán lo de que tengo uñas, pues si por algo me caracterizo (-aba, mejor dicho), es por no tenerlas. Me las he mordido toda mi vida, desde que tengo uso de razón o probablemente sin él, como en la actualidad. Pues bien, hace una semana, al pasar por un centro de cosmética, sin pensármelo, sin haberlo planeado, pues yo soy así, entré, les enseñé mis manos, y me dieron una cita para hoy, pues era absolutamente necesario. Y yo no le enseño a nadie mis manos voluntariamente, pues llevo toda la vida escondiéndolas, y hay gente que ha tardado años en darse cuenta de que me las muerdo.

Ha habido intentos de dejarlo, pero nunca he sido capaz de superar una (corta) temporada. Incluso mi hija pequeña, que se las empezó a morder a los 3 años, con una cordura que no he tenido yo dejó de hacerlo a los 5, y me soltó: "ahora te las vas a morder tú solita", y desde entonces, durante dos años, ha sido la policía que me da manotazos cuando me ve, incluso a veces de soslayo, sentadas a la mesa, sin mirarme, haciendo reír a todos, con su tesón de no dejarme por imposible. Así que hoy no se lo cree, ni yo tampoco, y me sigue dando manotazos cuando me las miro, para prevenir...

Hoy he pasado mucha vergüenza al poner mis manos sobre la mesa, y, al buscar la que me las ha arreglado las postizas del tamaño adecuado, se ha reído, pues eran más bien dignas de un niño. Y tras una hora y media de pegar, limar, pulir, y rellenar con gel, he salido con uñas que parecen un apósito, un cuerpo extraño que no me pertece, y llevo todo el día con nuevas sensaciones: rascarse no es lo mismo (tendré que tener cuidado de no hacerme heridas), mismo sacar dinero del monedero (qué elegancia, Jesús), e incluso conducir. Y no hablemos de teclear estas líneas... El teclado parece otra cosa.

Así que hoy empieza una nueva vida, una con uñas. La batalla no está ganada, pues los vicios no se pierden fácilmente, y menos a los 41 años, y como me dijo la guasona de mi hija mayor cuando le conté hace una semana lo de la cita: "sólo falta que ahora te comas las postizas". No, eso no, pues se trata de una cierta autodestrucción, y tiene que ser lo real y no lo irreal lo que uno se carga. Lo difícil será cuando no necesite las postizas pues las mías hayan crecido, el respetar las verdaderas otra vez. Pero hasta entonces falta mucho. Y de momento me quito la tara de la que habla mi madre toda la vida al verme las manos, y declarar: "mi hija está tarada". Ojalá se pudiera hacer con todo: un pulido por aquí, un limado por allá, y listo. Y ahora espero silencio, y que no me mire todo el mundo que me conoce las manos nada más verme, o si no publicaré en internet que me las he puesto con brillantitos, o con dibujitos, modelo vampiresa.

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