miércoles, 25 de agosto de 2010

Los colores del verano

El verano tiene color, y digamos que muchos. Depende del día, del momento y del sitio en el que te encuentres. Puede ser azul piscina, azul verdáceo del mar, el azul del cielo de Madrid (soy de las paletas que afirman que como ese cielo azul ninguno), y amarillo de ese sol tan fuerte que proporciona esa luz que te ciega y que hace que todos los colores lo parezcan más, mismo la piel en verano. O si vas al norte, puede ser verde, de todos los tonos verdes habidos y por haber: clarito, más oscuro, verde musgo, verde rojizo; o gris en el cielo, clarito, oscurísimo, amenazante de tormenta, o dramático, como yo lo llamo, en el que parecen luchar todos los grises juntos. O puede ser estampado, como los vestidos o ropas coloridas que te apetece ponerte cuando los colores a tu alrededor son chillones (yo me he comprado este año unas sandalias amarillas!, que aquí me he puesto dos veces tras mi vuelta, y desafiando al tiempo) y que te apetece ponerte cuando los colores que te rodean son azul, y amarillo como la luz del sol, o eliges ropa gris y oscura, que es lo que te anima el clima a ponerte en un día como hoy, aparte de un caparazón, para evitar el aire.

Pero un lugar imprescindible para encontrar color en los veranos engañosos de aquí son los mercados, en los puestos de fruta. Tras inviernos en los que la manzana (en varias tonalidades, eso sí), es la fruta estelar, en verano da gusto ver todas las frutas del bosque. Empezamos en mayo, con las fresas, cuya temporada está acabando ya. En julio comienzan las cerezas, y en agosto siguen las frambuesas, los arándanos, las moras, las grosellas, y vuelves del mercado en un día otoñal de agosto cargadito de color, como yo hoy:
Y encima es color autóctono, pues el de los melocotones, nectarinas, sandías, albaricoques y muy recientemente las paraguayas, no me sirve, pues son de fuera, aunque lleguen aquí a precios escandalosos. El fenómeno de las paraguayas es curioso. Hasta hace dos o tres años no han aparecido por aquí de forma masiva como fruta de exportación, y con el rimbombante nombre de Weinbergpfirsiche ('melocotones de la montaña de vino', fantasía no le falta al alemán) aunque me gusta más el que le he visto hoy a mi frutero en el cartelito: platte Pfirsiche, 'melocotones aplastados'. Este verano he aprendido además que en el norte de España se llaman paraguayos y no paraguayas. Las paraguayas pueden ser también la canción del verano, gracias a mi hermano, capaz de cantarle día y noche a su hija improvisando canciones conocidas con letra inventada por él. La del "aquí no hay playa" pasará a los anales veraniegos del 2010 como la canción "paraguayas", como título y estribillo en vez del "vaya, vaya, aquí no hay playa", tras mencionar una lista de fruta posible de comer de postre. Prueben; funciona de maravilla. A los niños les encanta, y aseguro que se queda en la cabeza para siempre.

Aquí tampoco hay playa, aunque cercana, a una hora, pero el colorido gris y verde nos impide verla, pero sí que tenemos fresas, arándanos, frambuesas, etc. Al menos por unos días todavía. Mi hija pequeña lloró mucho por estas fechas hace un año porque quería fresas y ya se había acabado la temporada. Le expliqué que había que esperar un año otra vez, que para eso llevaba comiendo montones desde mayo, pero no tenía consuelo. Este año creo que el trauma está superado, pues con sus siete años ha madurado un año más. Como la fruta. Y si no, siempre nos quedarán las Zwetschgen, cuya temporada empieza ahora. Bonita palabra, ¿verdad? Incluso con 20 años hablando alemán me sigue costando pronunciarla. Son unas ciruelas moradas alargadas bastante agrias en mi opinión, pero a las que hay que dar salida de alguna manera. ¿Qué hace el alemán? (no el idioma, sino la persona), las mete en un pastel, y listo, que para eso tienen cultura pastelera (y esto no es sorna) y ahora canto yo Zwetschgenkuchen, que lo hay.

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