sábado, 7 de agosto de 2010

El perejil

Es curioso como el mercado es un reflejo de la sociedad en la que está enmarcado. Hoy he tenido mis experiencias, pues mi vida de ama de casa se ha realizado hasta ahora en el extranjero, y por eso, al ir hoy al mercado, pues estas vacaciones están resultando ser distintas a todas las anteriores en Madrid, he ido cual ama de casa "española" camuflada. Algunos fenómenos me han llamado siempre la atención al revés, es decir, en Alemania, como el hecho de que no se pida la vez allí y la gente se coloque siempre ordenadamente frente al mostrador, a la derecha del último. Es una ley reinante en todo mercado alemán. Al igual que aquí existe la de pedir la vez, fenómeno que no existe en Alemania, como ya he comentado alguna vez en este blog. Es más, ni siquiera existe una expresión para "pedir la vez". Así me miraba una señora muy irritada, pues no caí, y cuando por fin pregunté, respiró aliviada y dijo "yo soy la última". Qué estrés, y cuánto hay que hablar con desconocidos. Y luego saludan a cada cliente por su nombre: "Hola Luis, ¿qué tal las vacaciones?". "Anda, Ana, te eché ayer de menos, y me dije, '¿dónde andará esta chica?'" (la "chica" tenía cincuenta y muchos años). Y cuando me tocó a mí, temblando estaba de que me tratasen de sonsacar informaciones de mi vida privada, pues yo quería unas chuletas y listo. Y en el puesto de pescado ídem. Pero es que largan mucho los vendedores, pero claro, si te saltan "Hola guapa, ¿qué deseas?", u "Hola jovenzuela"; ... vamos, que a mis 41 años lo de jovenzuela me sienta muy bien y casi estuve a punto de ponerme habladora, pero no, para qué, si no voy a volver, pensé. Y luego el perejil: ¿para qué diantres necesita una tanto perejil? Ni que todas fuésemos Arguiñano. En el primer puesto de verduras donde me lo regalaron, me hizo ilusión y dije que sí, pues en Alemania el perejil te lo cobran (qué ratas, pienso ahora), pero cuando en la frutería, al pagar, me dijeron por segunda vez "¿reina, quieres algo de perejil?", ya me pareció excesivo, y dije que no, que ya tengo. Y me fui pensando que será como regalarte flores. En Alemania a veces te dan una pieza de fruta de más, o en Navidad algún chocolate, o alguna flor, pues son más ceremoniosos, ¿pero perejil???

Y volví a ver esos supercuchillos de carnicero que en la infancia me llamaban tanto la atención, con esa cuchilla tan gigante. En Alemania esos no existen, y te cortan la carne con cuchillos finitos. Eso sí, por fin me cortaron todo como a mí me gusta: bien finito y sin tener que decirlo. Serán los cuchillos. Y en la pescadería me hizo gracia el clic-clac de la tijera gigante con la que te lo limpian, salmonete tras salmonete, pescadilla tras pescadilla. En Alemania son silenciosos, o quizá no vendan pescado pequeño para no meter tanto escándalo. Me fijaré la próxima vez cómo es la tijera que usan, pues me pareció curioso.

No es que me guste ir a la compra, pero es gracioso hacerlo en distintos países. En el mercado de la plaza cercana a la casa en Bruselas donde yo vivía, los mejores eran los de la pollería: dos belgas flamencos que hablaban todos los idiomas con tal de vender y esto no es broma. Mi barrio era zona de mucho japonés, y yo alucinaba con que despachaban a las japonesas en japonés. O el pescadero marroquí de una pescadería que hay casi enfrente del Parlamento Europeo, que hablaba aparte de francés, español, italiano o portugués, según el cliente que viniese, pues los mediterráneos éramos los asiduos a esa pescadería. Pero en cada país el negocio es lo principal y el venderte algo como sea, si con perejil, o hablándote en tu idioma, o diciéndote, como hoy el carnicero a la otra "chica", que su pueblo (qué manía con los pueblos) es lo mejor que existe en toda la Sierra de Gredos, y que le prepara un fin de semana allí para que lo conozca, o en un buen hotelito que conoce o incluso le dejaría su casa. Madre mía, cuántas chuletas habrá comprado esa "chica" ya.

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