miércoles, 10 de febrero de 2010

Enseñar tu idioma

Todos los padres del mundo realizan esta labor sin darse cuenta, así, gratuitamente, pero con pleno dominio del lenguaje y con el corazón. Empiezas hablándole a tu hijo canturreándole, diciéndole palabras sueltas, y en un par de añitos, tu hijo es experto hablante de la lengua, la tuya además, para que te entienda gritar y darle órdenes en el aprendizaje de la vida. Los niños son capaces de aprender todos, desde chino, hasta español. Y ni te dan las gracias por ello.

Lo interesante es cuando le enseñas a tu hijo tu lengua con todas las de perder, es decir, porque tienen otra que les gusta más, la del país donde viven, evidentemente. Ésa siempre gana. Y la segunda, la mía en este caso, va renqueando como puede. Aunque ya quisiera yo haber sido bilingüe, por mucho que una lengua gane a la otra, pues la ventaja, mismo de cara a aprender otros idiomas, es enorme.

Y así, con todas las de perder siguo machacándoles a mis hijas y hablándoles en mi idioma. Ellas me responden que para qué, que por qué yo hablo con el resto de la humanidad de este país en alemán y a ellas las fastidio con el español, que qué es eso. Y yo les sigo hablando en español, y ellas me responden en alemán, erre que erre, cada una en su idioma, y a veces me río cuando salen frases como la que me ha dicho antes mi hija pequeña: "Ich miento nicht!" para decir "No miento" como respuesta a mi anterior "No me mientas". Y lo divertido que es explicar expresiones tipo: "Cállate, que tú eres el último mono de la casa". Mis hijas se toman estas expresiones de manera literal, y se parten de risa, y encima me toca explicarles que no es que tengamos más monos en la casa. Pero mi hija pequeña, mucho más empeñada que su hermana mayor en no ser bilingüe, me trata con desdén al decirle yo ciertas palabras. Como al preguntarle hace poco que qué tal estaba del catarrito. "Catarrito, qué es catarrito", me dijo con menosprecio. O al decirle que el dibujo que estaba haciendo le estaba quedando muy chapucero, me salta: "Chapucero, ¡qué es eso!, me suena a Zapatero, el presidente de España". La analogía de palabras, en su caso por la fonética, me pareció hilarante. Y que conste que no tengo apuntada a mi hija a ningún partido político... y menos al que pareciese.

Pero hoy empezaré a enseñarles español a unos desconocidos, de otra manera a como se lo enseño a mis hijas. Con método, pizarra, rotulador (hoy día ya no se enseña con tiza, lo que evoluciona el mundo), y seré una señora profesora, que la última vez que dió clases a un grupo tenía 18 años menos. Espero no parecer chapucera, y desde luego que no seré el último mono de la clase. Con lo divertido que es enseñar idiomas.

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