domingo, 28 de febrero de 2010

El mundo es un pueblo

El viernes tuve un momento de pueblo, o de pañuelo. Para los alemanes el mundo es un pueblo, y para los españoles lo es todavía más reducido: es un pañuelo. En una reunión viví uno de estos momentos en los que piensas que no puede ser, y que hay casualidades increíbles. Al hablar con dos españolas sobre el sistema escolar en Alemania y en España, yo le comenté a la que acababa de conocer que yo he ido al cole en Carabanchel, y que a lo mejor se imagina que eso significa no haber tenido grandes tonterías... y ella me mira y me dice: "Yo también soy de Carabanchel". Nos miramos, y me dijo la calle, que conozco, claro, y además había ido al instituto al lado del mío. Vive en Hamburgo, y se suma a la lista las coincidencias "de pañuelo" de mi vida. De todos los sitios de España, y de todo Madrid, tenía que ser casi vecina mía.

Otra experiencia de pañuelo: hace años en el regreso de Madrid, al cambiar de avión en París, y en el vuelo a Hamburgo, al meterme en el autobús que nos llevaba al avión, oigo una voz conocida: "Hallo". Era mi compañera de trabajo directa, y nos encontramos en un vuelo, regresando de dos lugares distintos. También me encontré a mi vecina de Bruselas una vez en una de las tiendas de Pontejos en Madrid, en el mostrador. Me dijo también: "Hola"; es una de las coincidencias mejores que me han pasado. También recuerdo haberme encontrado de niña a una compañera del cole en la playa, en Gandía. Así que en comparación no son nada las veces que te encuentras a alguien de tu misma ciudad en algún sitio de la misma; aún siendo en ciudades grandes como Madrid es bastante difícil, pero ocurre, y en Hamburgo me ha pasado en más ocasiones.

Estas coincidencias me hacen pensar en lo contrario: en las veces en las que no nos encontramos a alguien por unos segundos o unos minutos. El "pasaba por allí" justo antes de que pasemos nosotros, y no te ves. Seguro que eso ocurre aún más veces, pues me parece más probable que el que te veas. O lo que me pasó a mí el otro día: al cogerme un taxi de regreso del aeropuerto a mi casa, al bajar el taxista para abrirme el maletero, me quedé mirándole petrificada y él a mí. Era el mismo que dos semanas antes me trajo a mi casa también. Con el silencio de los taxistas alemanes, que no hablan contigo, y como yo tampoco tenía ganas de hablar, se quedó en nuestro secreto esta coincidencia. Él me miraba a través del retrovisor, y yo sabía lo que estaba pensando, y más cuando de camino a mi casa percibí que esta vez iba bastante seguro hacia ella. Al llegar me bajé, me miró y no dijo nada. Y yo ni siquiera se lo había contado a nadie hasta ahora por miedo a que nadie me creyera. Pero no lo he soñado. Al igual que el mundo es Carabanchel.

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