Pero nada, aquí seguimos oyendo llover, y el cumpleaños del puerto se fastidia. Hoy y hasta el domingo, Hamburgo celebra no el aniversario de su puerto, sino su cumpleaños, el Hafengeburtstag, 821 añitos nada menos. Vienen barcos antiguos para la ocasión, buques de guerra, y hasta los remolcadores realizan un ballet en el agua. Y a lo largo del río Elba, se ponen los puestos típicos de cerveza, de salchichas, de pescado, y la verbena, y la ciudad celebra lo que le hizo rica, ese puerto fluvial tan gigante que hace de una ciudad del interior una ciudad marítima. Un millón de personas se acercan a celebrar, llegadas de toda Alemania incluso. O visitantes de España, como me ha pasado a mí en varias oscasiones.
Como este año no voy a ir, muestro fotos de hace dos años, de cuando el mes de mayo era como debe ser, y el cumpleaños del puerto no quedó deslucido, pues hoy las fotos saldrían muy grises. Además este año me lo pierdo voluntariamente, como en realidad suelo hacer, y no estoy triste por ello, si no todo lo contrario. Tengo un buenísimo motivo para estar muy contenta, y no es por el cumpleaños del puerto, ni por el clima que debería tranquilizar a los catastrofistas de que no hay calentamiento del planeta, y ese motivo no llega en barco sino en avión.
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