jueves, 27 de mayo de 2010

El trato

Hoy se cumple el plazo establecido hace un mes. Harta de que mis hijas me hablen todo el rato en alemán, hice un trato con la pequeña, aplicable a ambas: le dije que si era capaz de hablar un mes entero conmigo español, que le haría un regalo. Como los niños se venden al mejor postor, enseguida dijo que sí, y durante todo el mes se ha esforzado bastante. Sin embargo el alemán ha seguido predominando, pero al recordarle yo el trato decía toda enfadada "Jooooooooooo, mamá, es que se me olvida", con un español tan saleroso, que cualquiera dudaría de que no es su primera lengua. Al decirle yo varias veces a lo largo del mes que las dimensiones del regalo encogían a cada palabra de alemán, ella, tras hablarme un par de frases seguidas en español me preguntaba: "¿Y ahora? ¿Se ha vuelto grande otra vez?" Esta mañana les he recordado a ambas que hoy se acaba el plazo, pero que seguiré exprimiéndolas un poco más, el día de hoy sobre todo. De todas formas se notan los progresos: ayer, la pequeña le dijo al abuelo "Tú te callas", así tal cual. Y durante todo el mes se ha esforzado mucho preguntándome que cómo se dice esto y lo otro en español, cuando hasta hace poco le importaba un pimiento.

Pero como soy una madre traicionera, el trato va más allá del día de hoy. Les llevo diciendo que me tendrán que hablar español después de la fecha clave, salvo peligro de tener que devolver el regalo. Soy una malvada, lo sé, y mis métodos pedagógicos no son dignos de ser mencionados en libros de educación infantil (alemanes). Pero los niños funcionan así. Ayer pensé que a lo mejor debería hacerme entrenadora de perros, como lo ha hecho una madre de cuatro (niños) que conozco y de dos perros. Ésa, en vez de hablar de sus hijos (algo milagroso en una madre "pura sangre" como las de aquí, como yo las llamo), habla de sus perros: que si Kitty no le obedece y se salta todas las normas, que si el otro perro no se separa de ella ni a sol ni sombra. Y, como profesional que es, se dedica a ir por los colegios y guarderías de la zona a enseñar a los niños cómo tratar con perros: que si a los perros no hay que mirarles a los ojos, que se sienten amenazados entonces, y más consejos que aprende mi hija y que luego me cuenta, y falta me hacen pues a mí los perros me dan pánico. Yo aplico las enseñanzas cuando corro en mi bosque y me encuentro con alguno suelto, pero ayer se me cortó la respiración al ver una manada de perros sin correa y una señora con ellos. Me hice la valiente y seguí corriendo en dirección de los perros, pero lo que vi me dejó patidifusa: la señora dijo algo y todos los perros se dieron la vuelta, se pararon y se pusieron a mirarla a ella, dándome a mí todos la espalda, por no decir otra cosa. Y yo pensé: "Pero mira qué obedientes. Igualito que mis hijas". Pero a saber lo que les dijo; a lo mejor algo así: "como asustéis a la cabra loca de la corredora os quedáis luego sin comer". Que no me creo yo que sea tan fácil, que no. Que entrenar es muy complicado, a uno mismo y a los demás. Y las recompensas motivan. Para mí es el saber que cuando sean mayores me agradecerán mi empecinamiento porque hablen español. Si no al tiempo. Y mientras tanto, todos los métodos valen, por muy sucios que sean.

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