jueves, 6 de mayo de 2010

Finito, por favor

Soy el terror de los mercados y de todo charcutero alemán. No entiendo por qué se empeñan en cortar las lonchas de embutido tan gordas, pero de la misma manera yo sigo empeñada en que me las corten finitas, y cada vez que pido algo digo: "Salami, pero cortado finito", "Jamón York, pero finito por favor", y así con todo lo que pido, y lo mismo con los filetes o todo lo que me corten. Y en el mercado, como nos lo cobran todo a precio de oro y el cliente es rey, lo suelen cortar finito sin rechistar cuando se lo pides, pero también he recabado comentarios de tipo: "¿Así?", con recochineo, o "¿es lo suficientemente transparente?", o "Se lo raspo si quiere".

Son preguntas filosóficas sin respuesta. Cuando se ponen chulitos yo les digo que es que yo me pongo la misma cantidad que ellos ponen en una locha pero que con el aire entremedias sabe mejor, que es otro sabor (y es cierto, a mí me sabe mejor). Pero salvo economizar tiempo a la hora de cortarlo, no hallo la respuesta desde que hago la compra en este país. Pero la vida diaria plantea otras preguntas filósoficas. ¿Por qué aquí a los huevos antes de cocerlos los pichan con un "aparato" para sacar el aire? Es para que no se rompa la cáscara al cocerlos, dicen. Bueno, la física nunca se me dio bien, pero aseguro que aunque se pichen se rompen a veces también, y en España los huevos duros o pasados por agua no se rompen, aunque no se pinchen. Yo siempre digo que eso es ingeniería alemana, que el primero al que se le ocurrió lo de pinchar el huevo en crudo descubrió la piedra filosofal y relajó a generaciones de alemanes a la hora de cocer un huevo, y si de eso se trata, pues vale.

¿Por qué aquí no puedes mandar a nadie a freír espárragos? Porque aquí se cuecen. Ya estamos en la temporada de espárragos, y antes, en el mercado, con mis filosofías de andar por casa he reflexionado sobre tal pregunta. "Vete a cocer espárragos", se diría aquí, pero no se entiende la gracia. Aquí, los espárragos que se comen son los blancos y no los verdes, pues crecen como hongos por toda la zona de la Lüneburger Heide, un parque nacional en Baja Sajonia cerca de Hamburgo. Y a los alemanes les dan grima nuestros espárragos blancos fríos de lata, pues ellos sólo los comen frescos, pelados por ellos mismos en casa, en caliente y con salsa holandesa o mantequilla por encima y acompañados de jamón, que parecería jamón serrano sino fuera porque es ahumado (y en lonchas gordas, claro), y patatas cocidas, el plato por excelencia del mes de mayo en todos los restaurantes y hogares, una combinación que me ha parecido siempre surrealista. Son monotemáticos, dice mi amiga (española, claro), pues el mes de mayo nos salen los espárragos por las orejas. ¿Y por qué los jamones aquí se ahúman y en España se curan con el aire? ¿Por qué aquí les gustan tanto los embutidos ahumados y yo me paso la vida pidiendo en el mercado todo lo curado? ¿Por qué beben agua mineral con gas y a nosotros nos gusta la insípida, como dicen aquí? ¿Por qué los belgas sólo comen filetes que están casi crudos y que se van corriendo del plato de lo vivos que están? ¿Por qué Carrefour ha vuelto a introducir en España las bolsas de plástico ante las quejas de los clientes a los que no les gustan las bolsas biodegradables o menos aún pagar por ellas? ¿Por qué no pueden los españoles reutilizarlas llevándoselas de casa? ¿Tanto les cuesta?

Preguntas sin respuesta. Como lo de la salchicha. En alemán se dice que todo tiene un final, salvo la salchicha, que tiene dos. Pues eso.

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