viernes, 21 de mayo de 2010

Ya han llegado

Cuando veo como viajan mis padres pienso en el estraperlo; traer todo lo que traen es legal hoy día, por suerte, pero en cuanto abren la maleta según llegan a Alemania sale de todo y yo pienso en los contrabandistas: café y mucho (hasta Nescafé descafeinado "porque es mucho más caro aquí, faltaría más"), latas de conservas, jamón serrano, lomo, queso, chorizos, todo lo que se necesita para un buen cocido (puntas de jamón, panceta), condimentos para paella, y hasta un ajo, ("por si acaso"), ah, y garbanzos, lentejas, judías pintas e incluso pan rallado por mi madre misma. Por si fuera poco, todavía en el "tutti frutti", el Duty Free, según lo llamó mi madre ayer, compraron aceitunas, dulce de membrillo y una botella de vino (que me disculpen si me olvido de algo) . Y así llevan años, llegando con las maletas llenas para la pobre hija exiliada en un país donde no hay nada de comer, o así me siento cuando llegan. "Y porque no cabía más en la maleta", dijeron, ... lo sé, lo sé.

Mis padres empezaron a viajar al extranjero por motivos obvios, y desde entonces son la envidia de todo hogar del pensionista o grupo de gimnasia que frecuentan: "Ah, ¿ya os vais otra vez?". Y a sus montones de visitas a Hamburgo, se suman unas cuantas a Bruselas, y sin saber idiomas. Les ha pasado de todo: desde perderse en el metro alguna vez por meterse en dirección contraria, a alguna cajera del supermercado que les deja "por imposibles", como ellos dicen, tras intentar ella decirles algo y ellos no entender nada. Pero yo a veces me sorprendo: salen de paseo y vuelven con la compra hecha del mercado, donde hay que pedir las cosas "hablando", y mi padre se hizo amiguete de un pescadero italiano en mi antiguo barrio de Hamburgo, e incluso del dueño (alemán) de la pescadería, y desde que vivo en este barrio, le veo "hablar" con mi vecino de enfrente: mi padre habla sólo español y el vecino habla sólo alemán. Y lo bien que se caen. Mi vecino se puso muy contento hace poco cuando le anuncié que venían.

Y la casa tiembla cuando llegan, pues nada vuelve a ser como era antes: se cosen todos los descosidos, botones, y remiendos, se taladra todo lo que sea necesario, se limpia más allá de lo que ve la suegra, se arrancan hierbajos, pues si fuera por mí el jardín se volvería salvaje. Y mis amigas españolas de aquí se sorprenden de que vengan cuando es necesario, pues sus padres o no vinieron nunca porque les daba cosa salir de España o casi nunca. Y los alemanes me dicen que ellos no soportarían que sus padres estuviesen tres semanas en su casa; y dos meses que hemos hecho alguna vez, cuando nacieron mis hijas. Ah, se me olvidaba el viaje en autocar de Madrid a Hamburgo que hicieron hace diez años, cuando nació mi hija mayor, y todo por traer un jamón. Lo que no hagan los padres por los hijos.

Y lo que me río por los comentarios que hacen de lo que ven por aquí. Tras el primer paseo hamburgués de la temporada, mi padre, que ha pasado por una funeraria, ha venido antes describiendo la corona de flores que había encima de un ataúd: "así da gusto morirse, qué flores tan bonitas". Me parto.

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