martes, 15 de septiembre de 2009

Aprendizaje sin fin

¿Por qué nos proponemos metas o hitos en nuestra vida? Necesitamos retos que nos muevan hacia delante, para no estancarnos, o peor aún para no perdernos de vista o perdernos por el camino. Algo así es lo que llevo haciendo toda mi vida con el aprendizaje de idiomas. Me pregunto cuál es el placer que me produce ir a clases de idiomas desde que tengo 7 años. Debería haberme cansado. Pero no, no es el caso. Ayer retomé mis clases de francés, tras las vacaciones de verano, y volví a sentirme enganchada o de vuelta a lo mío. Quizá me encanta por la sensación de que con un idioma, ni con el nativo de uno, se acaba jamás, algo que quizá necesite alguien como yo, que raya en un deseo de no acabar nunca con nada. Nada mejor que un idioma entonces. Mismo mi padre me decía una vez no hace tanto respecto a mis clases de francés: "A ver si lo aprendes del todo por fin". No se dará el caso. Así que seguiré yendo. Y si "acabara" con el francés, me metería en otro.

Cuando con 7 años me apuntaron a las clases extraescolares de inglés del colegio, me debió de infectar algún bacilo, pues nunca lo dejé después. Luego probé con el francés, para tras un año decidir que no era mi idioma. Nunca me sentí cómoda con la pronunciación (y me sigue costando). Luego empecé a meterme con el alemán, idioma que me fascinó desde el primer instante y que recomiendo a todo el mundo. No es ni tan duro como parece, y la gramática es genial, tan ordenadita, todo tiene su lógica, menos lo que no la tiene... como en todos los idiomas y en la vida misma. Pero la experiencia más dura, fue cuando en mi año en EE.UU. me vi obligada a hablar inglés, algo que parecerá tan obvio que resultará raro, pero no lo es. Yo estaba acostumbrada a escribir y leer en inglés, pero no a hablarlo, como si ése no fuese el objetivo principal de una lengua. Y lo pasé mal. Por mi vergüenza a hacer faltas, por la inseguridad de no poder decir bien nada. Pero conseguí liberarme de ese bloqueo mental que te hace pensar que es tan horroroso no hablar bien un idioma extranjero. Hay tanta gente por el mundo que lo habla fatal y que está tan convencida de que lo hace bien, que debemos quitarnos ciertos complejos. Si no se cometen errores, no se aprende. Y los errores son los que corrijes y no lo que dices bien. Y creo que ése es el motivo por el que los españoles hemos andado siempre peleados con los idiomas extranjeros: por la vergüenza que sentimos si no lo hablamos bien, algo en lo que siempre he envidiado a los alemanes, por ejemplo, que con unos conocimientos rudimentarios de cualquier lengua, te aseguran hablarla perfectamente (con el tiempo mi envidia pasó a dejarme indiferente ante tales personas, pues ya no me creo nada, y menos que nadie hable una lengua perfectamente).

Tras superar el bloqueo mental con el inglés, soltarme a hablar el alemán fue algo más fácil. Por supuesto que admito que el requisito principal para aprender una lengua es tener que usarla, y no sólo aprenderla con los libros, y que nada mejor que estar en el país donde se habla. Pero aseguro también que el oírla o leerla a menudo ayuda. Es lo que me ha pasado con el holandés, lengua que de haberla oído tanto, he acabado por interiorizar, sin darme cuenta, y me bastó llegar a Bélgica, para comenzar a hablarlo, mal, pero a hablarlo, pues ya no le tengo miedo a ninguno. ¿Qué te puede pasar si dices algo mal? Como mucho que se ría la gente, o te miren con cara rara, pero y qué. Y en Bruselas tuve que empezar con el francés otra vez, un idioma con el que pensé que nunca me metería, y le acabé por coger el gusto. No es una lengua por la que sienta pasión, como por el alemán, pero porque me cuesta y no la acabo de hablar bien, me tiene enganchada. Porque todas enganchan. Porque no consigo pronunciar bien la palabra voyage, algo que al profesor le hace gracia, así que tendré que continuar...

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