miércoles, 24 de marzo de 2010

La vida con o sin dentistas

Cada vez que voy al dentista me acuerdo de que en los primeros 20 años de mi vida nunca fui. Yo no fui una generación de aparatos dentales, hoy llamados brackets, ni de controles en el dentista, ni nada. Ni muchos de los que vinieron detrás de mí. Iba sólo el que tenía caries o algún problema, pero nunca así por las buenas, a controlar. Esto tiene que ver con que en España el seguro nunca ha cubierto la visita al dentista, salvo para sacarte una muela, pero aquí sí. Aquí incluso cubrían todo cuando llegué, y con el paso de los años la visita y lo más gordo lo paga el seguro, pero muchas cosas ya no. Así que cuando empecé a ir al dentista, siendo ya veinteañera, me sentía como un corderito yendo al matadero. Lo odio. Y como sin haber tenido nunca problemas de dientes me tuvieron que sacar de manera rápida las cuatro muelas del juicio y que por lo mal que lo pasé me resultó una experiencia traumática, sigo teniéndole miedo a la visita.

Aquí la gente va tan pancha al dentista, y los niños empiezan desde pequeñitos. Y hoy día a los niños se les hacen controles exhaustivos: les empiezan a controlar los dientes de leche, luego los que le salen, les hacen sellados en las muelas permanentes, les ponen tratamientos con flúor y les controlan dos veces al año. Me imagino que en España mientras tanto será habitual todo esto también, a juzgar por los muchos que llevan brackets, pero aquí va todo el mundo al dentista una o dos veces al año, a controlar. Niños y mayores.

Incluso a las guarderías y colegios van a controlar a los niños, y a enseñarles a cepillarse los dientes. Parecerá una obviedad, cepillarse los dientes: pues no, hoy me he enterado yo de que me los limpio fatal (a mis casi 41 años). La dentista, muy amable, porque además es nueva y acaba de terminar la carrera y está rebosante de nuevos conocimientos y técnicas, me ha explicado cómo lo tengo que hacer. Admito que mi técnica no tiene nada que ver con la suya, y vale, tendrá razón, pero me he quedado con las ganas de explicarle de mis experiencias con los dentistas en mi infancia y juventud, es decir, ninguna, y en que a pesar de mi técnica, no he tenido apenas caries en toda mi vida. Soy la prueba de que uno no necesita ir al dentista durante 20 años seguidos. Uno de los primeros dentistas que tuve aquí, al verme la boca dijo: "Si todo el mundo tuviera su dentadura, nos moriríamos de hambre". Así que con el paso de los años, cuando me han hecho algún empaste pequeñito, no me lo he acabado de creer, y siempre he pensado que era porque conmigo no sabían cómo sacar dinero ... Así que mi dentista actual se ha inventado que tengo las encías fatal, y que en tres meses tengo que volver. No sé yo. Yo me creo casi todo lo que me dicen los médicos, pero de los dentistas me fío bien poco. Serán los vestigios de una vida sin dentistas. Eso sí, el mismo que dijo que se arruinaría, me dijo: "¿Usted se ha caído alguna vez y se ha hecho daño en los dientes?" Y efectivamente, con 14 años me caí en la Plaza Elíptica, por cruzar la calle donde no debía, y en ese instante ganó credibilidad. Ese diente me causó molestias durante mucho tiempo, y cuando llegué aquí me dijeron que estaba "muerto", que si no me hacía una endodoncia, se me acabaría por caer. Y con todo mi escepticismo, pues llevaba casi 10 años con el diente así, me la hice. Aún así, de vez en cuando varias personas me han preguntado si me caí alguna vez y me hice daño en los dientes. Y es que se nota. Yo ahora lo sé. Y en España nunca nadie se ha dado cuenta de que casi me parto los dientes. Es que aquí mucha gente lleva un dentista dentro. No como yo; será que me faltan esos años de experiencia.

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