miércoles, 31 de marzo de 2010

Pónganme una de clásicos

Ya han llegado. Mis 20 tomos aparecieron ayer en la puerta de mi casa, y la empleada de correos me avisó de que el paquete pesaba un rato. Se trata de una serie de clásicos de la literatura alemana que van de 1771 a 1959 y que pedí por internet la semana pasada. Ya estuve tentada de hacerlo en Navidad, cuando salieron, pero ahora el momento es más propicio. Teniendo en cuenta que soy licenciada en Filología Alemana, lo que se llama aquí Germanistik, algo así como decir Germánicas, me resulta (casi, ...no exageremos) bochornoso no haber leído nada de Thomas Mann, Schiller o Nietzsche, entre otros. Vale, me especialicé en Lingüística, y pregúntenme algo sobre gramática, historia de las lenguas, lexicología, y otros temas lingüísticos, pero me resulta raro ir con mi título de especialista en lo teutón por el mundo, sin haberme sumergido en los clásicos alemanes. Y sinceramente, los planes de estudio me parecieron demasiado especializados desde el comienzo y carentes de ninguna visión general de nada.

De las varias definiciones del Diccionario de la Real Academia para "clásico", me quedo con "que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia". Yo añadiría que se trata de aquellas obras de valor universal que, aunque estén enmarcadas en un país o entorno concreto, su mensaje y vigencia llega a la gente incluso siglos después y a cualquier lugar del planeta. Son obras redondas, en estilo, trama, temática y sus personajes pasan a formar parte de la cultura colectiva de un país e incluso traspasan sus fronteras. Todo el mundo sabe quién es don Quijote o Ana Karenina sin haberlos leído. Y yo misma sé que en la cultura germana existen Effi Briest, Instetten, la familia Buddenbrook, y por supuesto que el pobre Werther que sufre de amor, y Fausto y su pacto con el diablo. Vale, también todo el mundo sabe hoy día quién es Lisbeth Salander, pero no comparemos, y pronostico que en 100 años será más recordada Pippi Calzaslargas, de Astrid Lindgren, que ella.

La primera obra de mis 20 libros (algunos unos buenos tochos) de la serie me desconcierta, de una escritora cuyo nombre no he oído nunca: Sophie von la Roche. Se le considera (gracias Wikipedia) como la primera autorA de novelas alemana, y hablamos de 1771, una época en la que era una revolución que una mujer escribiera. La última, "El tambor de hojalata", de Günter Grass, me suena más, claro. Pero una de a medio camino, "El haya y el judío", de A.V. Droste-Hülshoff, ni entra ya en la categoría de lo de que nunca te acostarás sin saber una cosa más.

Ahora toca decidir sobre el orden de lectura: si cronológicamente, de la más antigua a la más moderna, o por "necesidad vital" de ir llenando lagunas. Anoche pospuse esta decisión a hoy, pues una salida nocturna en medio de la semana con mi gran amigo y compañero de fatigas por la Reeperbahn, la zona de copas por excelencia de Hamburgo, tras tres meses sin vernos, es un clásico obligado. Mi amigo es un clásico, pero en el sentido puro de la palabra, pues de antiguo no tiene nada, pero sí mucho de sabio y universal, así que era un buenísimo plan. Hoy compensaré las pocas horas de sueño de anoche con el comienzo de la lectura, y creo que empiezo por Effi Briest, de Theodor Fontane, más o menos en la mitad de la serie, y luego ya veremos. Pero antes me toca correr, trabajar esta tarde, y luego ir a uno de los tostones universales, ... planazo total: reunión de padres de la clase de mi hija, con padres y madres que se creen que ellos han inventado la vida. Deberían recetar lectura de los clásicos en este tipo de reuniones.

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