martes, 14 de septiembre de 2010

De setas y caracoles

Mi hija pequeña es siempre experta en analizar la situación de forma contundente. Esta mañana ha exclamado: "¡Oh, no!, mira el jardín, mamá". Y yo, tras la que ha caído toda la noche (... y sigue ...) pensé que el jardín sería un pantano, y que los vecinos estarían yendo en barca al trabajo y los niños nadando al cole. Y me acerqué a mirar, toda relajada. Y su exclamación era por esto:

El cesped se ha llenado de setas que parecen la torre Agbar de Barcelona, y se han sumado a otros modelitos de setas que de ser micóloga me tendrían loquita. Luego me ha dicho que cuando vuelva del cole les dará patadas, para quitarlas. Pero volverán a salir, al igual que entre el empedrado de la puerta de casa salen hierbajos y crece naturaleza por todas partes. Que por mucho que nos empeñemos vivimos en zona anegada y mismo en este barrio enfrente de las casas hay unas fosas, como si de castillos se tratasen, por si hay inundaciones que el agua circule por allí, y aparcar a veces es estupendo pues tienes que tener cuidado de no caer en la fosa, en las que no hay cocodrilos, pero a saber.

Como desde hace un mes tengo la sensación de que me salen ancas, o aletas, o setas, poca gracia me hizo ver el anuncio en el periódico del domingo anunciando unas idílicas vacaciones de Navidad en Laponia. Debe ser muy romático visitar a Papá Noel, y sitios como Saariselka, Rovaniemi o Iso Syote, que suenan muy exóticos. El anuncio en el periódico lo pone como el no va más para hacer felices a tus hijos con actividades como guerra de bolas de nieve, muñecos de nieve, trineos tirados por huskys o por renos, moto nieves, pesca sobre el hielo. No me atrae nada nada. Entiendo que tras haber tenido un verano calurosísimo durante meses digas que qué bonita es la nieve (ahora recuerdo una cosa que circuló por aquí en internet sobre un argentino que empieza diciendo que qué bonita es la nieve en Canadá, donde acababa de llegar, para a lo largo del invierno acabar diciendo "pu.. nieve", y lo que nos reímos los latinos por aquí al escucharlo); y entiendo que te parezca idílico tirarte bolas de nieve con tus hijos, tras tres meses de sofoquina. Pero no, a mí no me verán el pelo en Laponia ni estas Navidades ni ninguna. Aunque el frío tiene sus ventajas. En una cosa les voy a dar este año la razón a los fanáticos del frío: no hemos tenido avispas este verano. Llevo 2o años oyendo quejas de que por los inviernos "tan suaves" que solemos tener por el calentamiento del planeta (vuelvo a insistir en que lo de suave es relativo), en verano nos comían los bichos, y las avispas no nos dejaban ni estar sentados fuera bebiéndonos una coca cola o peor aún, tomando café y tarta. Cierto, este año, con el invierno tan frío que tuvimos, han muerto todas las avispas, pero por el contrario no nos hemos podido sentar casi fuera, por el frío y por la lluvia. Y no habrá avispas, pero las babosas están como nunca. En España nunca vi tantas, y los caracoles normalitos, con concha, nunca me han impresionado, pero quizá por eso, por la grima que dan, las babosas tienen ese nombre tan grimoso también. En alemán se llaman simplemente 'caracoles desnudos', Nacktschnecken, porque les gusta el exhibicionismo, aunque los otros no se llaman 'caracoles vestidos', sino simplemente caracoles, Schnecken.

Pero me sorprende la facilidad que tiene la gente de olvidar: "Esto [tanta lluvia] no es normal". Idealizan. Yo recuerdo muchos meses de septiembre así, recuerdo muchos veranos así, y mi experiencia me hace no creerme ninguna milonga de las que anuncian en la radio o que la gente te dice como consuelo: "Pero octubre será soleado y dorado [por el color de las hojas]". Que no me engañan: sí, las hojas se pondrán como se tienen que poner, nos inundarán al caer (las bellotas ya han comenzado, clonc, clonc), pero lloverá, como suele hacer casi todos los octubres. Y yo dejo que la naturaleza siga su curso, que salgan setas por donde quieran salir, hierbajos entre las baldosas, arañas que hacen unas telas que hoy, por no mojarme al entrar en el coche, me llevé por delante con la cabeza. Mi vecina tocó el otro día el timbre de mi casa y me preguntó con mucha delicadeza si yo había cortado la lavanda que ella plantó a comienzo de verano. Y yo le dije que yo no toco ninguna planta, ninguna hoja, ninguna flor, ni para bien ni para mal. Y efectivamente, yo no me había ni dado cuenta de que algún aprovechado ha cortado la lavanda con tijera (ella me lo demostró, está cortada adrede, bien cortadita). Me pidió estar atenta por si veo al ladrón de la lavanda. Suena a novela. Son las historias para no dormir y misterios irresolvibles. Yo más bien pienso hoy en el Arca de Noé, por lo que pudiera pasar, y porque esa historia al menos tuvo solución.

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