domingo, 12 de septiembre de 2010

La carrera que quizá no debí correr

Soy una mujer de palabra. Si en el mes de enero le digo a unos austriacos durante una cena de negocios que correré la carrera del Alster, lo cumplo. Era un grupito que estaba sentado en mi mesa y que, al comentarme que siempre vienen desde Austria a propósito para correrla, yo, que me apunto a un bombardeo, les dije que correría con ellos. Pero eso era en enero, y ahora estamos en septiembre, y ha pasado de todo. Y toda la semana ha habido varios indicios de que quizá no debía correr, entre otras cosas porque el horno no está ni para correr en equipo.

Encima a comienzos de semana me di cuenta de que al grupito se le había olvidado inscribirme. Ellos figuraban todos en la lista, pero yo no. Así que hasta el viernes no me apuntaron, con mil disculpas por haberse olvidado de mí. Al verme en internet, descubrí que encima me apuntaron como María, y no María Elena. Eso me pasa por no apuntarme yo misma, pues yo no me llamo María, por mucho que se empeñen los alemanes o austriacos. Además leí en la prensa que un keniata quería batir el récord establecido para la carrera hace dos años, y ya me estresé mentalmente, quién me manda apuntarme a algo así, sin llevar ni dos años corriendo. Luego el viernes por la noche salí por St. Pauli, pues no me pude resistir a una noche de juerga, que como madre tampoco tiene una tantas. Llegué a casa a las dos, no queriendo abusar, por la carrera, pero ayer me levanté mala: con un dolor de garganta que no auguraba nada bueno. Y así fue. Traté de frenarlo, pero mis dolores de garganta no los para ni el mayor batallón de medicinas, y en cuestión de horas tengo bronquitis. Me acosté mal, he dormido fatal, toda fiebrosa, y me he despertado peor. Pero curiosamente no se me ha ocurrido esta mañana dejar la carrera, pues ya estaba inscrita, desde el viernes... Ayer mi hermano me decía que así es la vida del corredor: que estás bien, pero el día de la carrera te pones malo, que hay que sufrir.

Y vaya si he sufrido. Han sido los 10 km más largos que he hecho en mi vida. Pero salí, corrí y llegué. Hoy me molestaron mucho los cartelitos diciendo: 1 km, 2 km, 3 km... para el 6 pensé que no se acababa nunca, y en el 9 vi a mi hija pequeña sujetando la bandera de España animándome. Y llegué. El recorrido es tan precioso como todo el Alster que tiene Hamburgo, y esta vez no por el camino de tierra sino por el asfalto de los coches, pues éramos más de 5.000. La llegada fue en un sitio muy bien elegido: Ballindamm, a orillas del Alster pequeño, y como premio la medalla que se agradece siempre tanto, luego montones de aguas diversas y bebidas de la marca patrocinadora de la carrera, e incluso una cervecita sin alcohol que también me bebí, para los bronquios....

No ha habido récord, pero tan sólo por 15 segundos (¡pobre!), y han ganado los de siempre, los keniatas, hombres y mujeres: los 14 primeros puestos de los hombres son keniatas, y las 12 primeras mujeres también, qué monopolio.

Sé que no parezco muy entusiasmada, pero es que estoy mala. Cuando llegué a la meta pensé: hoy, una de dos, o se me quitan los virus de golpe, o esta tarde estoy peor. Lo segundo es el caso, pero estoy sastisfecha, no tanto con el tiempo, pues no reduje nada mi marca de hace un año, pero la mantuve, que no es poco, y corriendo enferma. Y sin embargo estoy contenta, así que he plantado en el título de esta entrada un "quizá" porque está bien haber corrido, porque debí, y por eso lo hice. Pues corro, que no es poco.

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