jueves, 10 de diciembre de 2009

El momento "emigrante"

Los emigrantes tenemos nuestros momentos. Uno de ellos fue ayer, uno de los más claros de mi vida como española fuera del territorio nacional. Fue en la escuela española a la que asiste mi hija mayor, a la que acuden obligados los hijos de los españoles residentes en el extranjero para aprender a escribir y empaparse algo de ciertos aspectos culturales que no cogen igual en casa, por mucha madre española que tengan. La imagen de ayer: un montón de niños bilingües, colocados escalonados en una escalera, y las madres españolas (solemos ser las madres las españolas, aunque alguna excepción hay de padre español y madre alemana) escuchando cómo los niños entonaban tres villancicos, uno que no conocía, pero "La Marimorena" y "Los peces en el río" sí. Muchos de los niños son ya adolescentes, y a esos se les notaba la poca gracia de tener que cantar así junto con los pequeños de siete años. Las mamás y las abuelas, que alguna había, eran las espectadoras, y a ninguna nos importaba el acentillo alemán: "beben y beben y vuelven a bebegr, los petses en el grío por vegr a Dios nacegr". Y la de paseos que me doy yo todo el año para este momento. Luego llegó el momento del piscolabis, que demostró que somos todos una mezclolanza: había desde Lebkuchen y dulces navideños alemanes, a una tortilla de patata y la guinda la puso la que trajo rebanadas de pan con jamoncito. La verdad es que daba gusto verlo, alegrando la mesa, que era como los niños "mezcla" que había allí.

Otro momento de emigrante que recuerdo fue la Feria de Abril de Bruselas. Fuimos un año antes de irnos de la ciudad, atraídos por la que es la Feria de Abril más grande después de la de Sevilla, y como no he estado en la primera, había que cumplir como inmigrante. En el parque Heysel, alrededor del Atomium estaban las casetas, el espectáculo de caballos, los chiringuitos de comida típica española, y montones de mujeres vestidas de sevillanas. El gentío era inmenso, y a juzgar por la envergadura de la fiesta, y en un sitio tan emblemático de Bruselas, me sentí importante, como si yo fuera sevillana, o me gustara ese tipo de folclore, que no es el caso. Pero movida por el espíritu patriotero que todos llevamos dentro, vestí a mi hija pequeña de flamenca, pero flamenca gitanilla, y no flamenca belga. ¡Olé!

Y un momento de emigrante que me impactó fue cuando España ganó la Eurocopa y frente a Alemania. Me pareció tan histórico, como que a mí me tocara verlo en territorio enemigo. Todos los tenderos me hablaban y preguntaban y me decían que "éramos" mejores, y cuando "ganamos", me felicitaron. Hasta una conocida mía, a la puerta del colegio, pegó un frenazo a su pedazo de BMW y bajó la ventanilla con tal ímpetu, que pensé: "¿Y qué he hecho ahora?", pero me sonrió de oreja a oreja y me dijo: "¡Enhorabuena!!!!". Es como llevar la bandera de España puesta en tu cara. Como ser un trozo andante de tu país. Aunque vivamos camuflados, hay momentos en los que no lo podemos evitar.

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