miércoles, 2 de diciembre de 2009

Muchas gracias por los servicios prestados

Hace poco tuve mi cena anual con mi "departamento", es decir, con los que formábamos un departamento antes de que por el cierre del banco donde trabajábamos nos fuésemos todos a la calle (sin palabrotas, por favor). Siempre hay alguien que se ocupa de convocarnos a todos por Navidad (siempre los mismos, claro; gracias), y esta vez fuimos casi tan numerosos como cuando estábamos en activo. Nos reímos mucho recordando anécdotas comunes, y también con las que contaban los veteranos de los tiempos ancestrales de mucho antes de que trabajara yo y otros en el departamento. A pesar de las rencillas existentes como en todo sitio de trabajo, todos estamos de acuerdo en que estábamos muy bien donde estábamos, y ahí queda como prueba el hecho de que nos sigamos juntando todos los años.

El trabajo es nuestra conexión con el mundo exterior fuera de nuestro hogar, es nuestra proyección social, y aunque todo trabajo se convierte en rutina y todos lo mandarían a freír espárragos durante una temporada, pienso que es mejor tener uno que no tener ninguno. Muy poca gente está verdaderamente realizada con lo que hace, pero hay personas que sí que logran alcanzar un equilibrio entre su trabajo y su vida privada y llevar una vida tranquila. Pero si un día, te vienen y te dicen que te echan, se te viene el mundo abajo, aunque te lo esperes. Nosotros, los del banco, llevábamos años oyendo que si nos compraban, nos vendían, nos restructuraban, o si cerraban. Yo dejé de creerme los rumores, pues como duraron años dejaron de serlo para mí. Pero sí, los más agoreros tenían razón y llegó el día, y en mi caso fuimos 500 los que salimos a la vez, algo impensable pues los bancos en Alemania durante años parecían como ministerios y sus empleados funcionarios.

Peor es casi cuando un día, de sopetón, te dicen que TÚ te tienes que ir, mientras que otros se quedan. Así de ingrata es la vida laboral, pues aunque te hayas molido los huesos en tu trabajo, no habrá medallas de reconocimiento. Las decisiones las toman otros y no se tienen en cuenta ni méritos, ni experiencia, ni conocimientos. En mis últimos meses en activo, por estar preparando un evento importante, no acepté la baja que me quería dar el ginecólogo por tener una ciática que no me dejaba casi andar en el octavo mes de embarazo. En esos momentos pensé que era imprescindible no faltar, y ni el triponcio ni la ciática me pararon. Ahora soy más vieja, y más experimentada (o asqueada), y me cogería la baja... pues ninguno somos imprescindibles. Que se lo digan a los que cada día oyen en cualquier parte del mundo que la empresa está contenta con los resultados y el trabajo realizado... pero que te tienen que despedir. Ah, se siente. Eso te pasa por trabajar y correr riesgos.

Atrás quedan en esos momentos muchas horas compartidas con gente a la que veías más que a tu familia casi, y la sensación de que a lo mejor tu esfuerzo fue para nada, pues es como en un tablero de ajedrez: lo difícil es que no te coman. Y seguimos avanzando en un mundo en el que los que trabajan lo hacen cada vez más, y parecen hacerlo por los que se quedan en el camino. Los que hemos conocido a grandes personas a través del trabajo, sabemos que hay cosas que nunca te pueden quitar y que eso al menos ha merecido la pena. A todos ellos.

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