sábado, 23 de enero de 2010

La glacialización de Hamburgo

Por fin llegó ayer el paquete. Hace poco, en un momento de debilidad o de cordura, pedí a través de internet un anorak de esquí, para poder soportar mejor las temperaturas glaciales, y ahora por fin podré ir a esquiar (ni loca, y tras este invierno menos aún), y eso que no he ido ni iré nunca, pues yo asocio el término vacaciones con temperaturas bastante sobre cero, pero en vista a que este invierno polar no se va a acabar nunca, me rindo, tras 20 años casi. Estoy hasta los "..." (no sé qué decir sin que baje el nivel de este blog) de la nieve, del hielo y del frío. Pero tras seis semanas enteritas de nieve y hielos estoy harta; harta de escurrirme, harta de patinar con el coche. Esta semana me he quedado encallada dos veces con el coche. La primera fue una de estas situaciones en las que dices, "ya está, aquí me quedo para siempre", pues el coche se me quedó atravesado en mitad de la calle, y por suerte la idea de que ninguno podría circular en ninguna dirección me hizo respirar tranquila, pues alguien me ayudaría. Como era a la puerta del colegio, una madre que me conoce se me acercó y me ayudó a empujar; luego empezaron a llegar niños de cuarto curso, de la clase de mi hija, y unos diez niños empujaban también, y nada; llegó otra madre, y nada. Ésta me empezó a dar instrucciones, tras lo que yo, toda serena, le di las llaves del coche, para que apretara ella el acelerador y el embrague como me estaba explicando, pero ella tampoco lo consiguió; llegó un padre de un compañero de mi hija, y la otra se bajó de mi coche y le dio las llaves a él, y con ayuda de una esterilla de goma, y más habilidad que nosotras, me lo sacó. Y yo "gracias, gracias, es que soy española, y esto es demasiado", y me fui maldiciendo el clima. Dos días después me quedé otra vez atravesada, en la calle paralela, y salvo los improperios que lancé en el coche, y mis hijas otra vez asustadas, estaba tranquilísima. Alguién me salvaría. Esta vez tuvo la gentileza un empleado de correos, que se bajó de su furgoneta (si no no hubiera podido continuar su labor), y ambos empujamos, y con suerte rápida esta vez.

Pero me volví a casa toda indignada, pues aquí pagamos muchos impuestos para todo, pero salvo en las calles anchas, no quitan la nieve de ninguna otra, con lo que ya, tras las seis semanas que lleva toda tan bonita y tan bien puesta, se ha convertido en un hielo peligrosísimo. Aún así la gente sigue diciendo que qué bien que por fin tengamos un invierno decente. Sí, maravilloso y preciosísimo.

Encima ayer me enteré de que tenemos más nieve que en Austria. En Salzburgo, al pie de los Alpes, tienen menos este año. Esto es la glacialización, que lo digo yo. ¿No hablaban del calentamiento del planeta? Será en todos lados menos en Hamburgo. Así que hoy me he estrenado toda chula mi anorak de esquí, y de seguir así se me pediré las botas de esquiar, pero para ciudad también, y luego los pinchos esos de los que me hablaban ayer que se ponen a las zapatillas de correr, para no tener que hacer la pausa tan grande que estoy haciendo este año. Seguiremos adaptándonos al medio. Y el Alster, el lago de Hamburgo, sigue sin helarse. "No hace el frío suficiente", dice la gente, y yo les digo que encima sufrimos para nada, que si al menos se helara, me podría emborrachar con Glühwein y comprarme ¡por fin! tras casi 20 años los patines sobre hielo, y aprender a patinar, justo lo que necesito para romperme el brazo o la pierna que no me he roto todavía, pese a haberme caído ya un par de veces estas semanas. Quién da mas.

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