lunes, 25 de enero de 2010

A Sofía

Lo sabía. Sabía que en Sofía se puede confiar. Porque todo lo que tiene de terca lo tiene de sensata. Si hay alguien capaz de sacarme de mis casillas es ella, pero siempre me vuelve a sorprender, con su madurez y capacidad de análisis.

Desde que nació nos demostró su carácter. Siempre ha sido una mezcla, entre lo tranquila y sosegada que es, capaz de dormir ya como bebé de mes y medio toda la noche seguida, como por la mala leche que siempre ha tenido, capaz de cogerse unos berrinches de los que no me olvidaré en toda mi vida. Los hay antológicos, como las veces que ha ido en el carro berreando por algún motivo de lo más tonto, y no gritando un poquito, sino que incluso conseguía que se asomara la gente a la ventana. O las veces que se tiraba al suelo gritando, como una vez en la droguería, donde me montó una de campeonato, por una piruleta a la que se le rompió el palo, y al salir y decirme que quería montarse en el caballito de la puerta, le dije que no, y se volvió a tirar al suelo. A todo esto yo estaba embarazada de ocho meses, y como no me daba la gana ceder, una señora que pasaba por allí me dio los 50 céntimos para que la montara. Al decirle yo que no era por el dinero, sino porque no le iba a premiar por sus berrinches, me dijo: "Cójalos, pues no está Ud. como para no ceder, y así no cede, pues le dice que soy yo la que invita". Y pensé en el "deus ex machina" de las obras de teatro, la deidad o personaje que aparece y soluciona el problema de la trama. Y Sofía es capaz de montarte un buen montaje teatrero ella sola y solucionarlo ella solita también en el momento en el que en su cabecita se vuelven a encontrar los cables que habían perdido la conexión durante minutos, horas o días. Es tozuda como nadie, pero si decide que en ese mismo segundo se le pasa la tozudez y que se acabó el cortocircuito, se seca las lágrimas, y vuelve a ser el personaje tranquilo. Es como Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, pienso siempre, y llevo años diciendo que cuando entre en la adolescencia, me voy de casa... Bueno, es un decir, pero me voy preparando mentalmente para una buena, tras la que saldrá airosa, como siempre.

De una fantasía y creatividad impresionante, se levanta ya por las mañanas llena de energía y te pone la cabeza loca: que si "hay que hacer esto o lo otro, mamá", y a esas horas intempestivas te salta con temas de lo más peregrinos. A la vez es tan ordenada y tiene su habitación tan perfecta, que su perfeccionismo se extiende a veces al resto de la casa, y me empieza a organizar mis cosas, algo que yo le agradezco mucho ... hasta el momento en que no las encuentro. Pero también tiene una paciencia infinita con su hermana, una desorganizada de lo peor que hay, cuya habitación ha ayudado a colocar mil veces, y yo vuelvo a admirarme por ello; de su tesón, y de que aunque diga mil veces "Natalia, ya no te voy a ayudar nunca más", siempre lo vuelva a hacer.

Y de la misma manera es muy observadora, y te salta con comentarios sobre el mundo que te dejan patidifusa. Tiene un sentido del humor muy agudo, y sabe contarte las cosas de manera que las vives como si hubieses presenciado lo que te cuenta. Las profesoras me lo dicen siempre: cuando Sofía habla, todos escuchan en clase, porque Sofía siempre dice cosas importantes o interesantes. Y sabe mediar en peleas y conflictos, me dicen (y yo pienso: "menos cuando son conmigo..."). Desde bien pequeñita ha tenido muy buena mano con sus amistades. Hasta ahora no me ha traído ningún niño o niña a casa que me haya parecido ni salvaje ni maleducado, y normalmente tras esos niños hay detrás familias muy agradables, y algunas madres de sus amigas se han convertido en mis mejores amigas.

Por todo esto y más sabía que podía confiar en ella, en que tomaría la decisión adecuada con sus nueve añazos, y cuando confirmó su decisión de hace una semana de ir al instituto más lejano, y dando como motivos cosas que yo pensaba pero que no le había dicho, me dejó anonadada. La miré, y se me cayeron las lágrimas, y la abracé. Y le dije que estoy muy orgullosa de ella. Y que siempre lo estaré. Seguiré luchando con ella, pero sé que esa cabecita tan bien amueblada le llevará por el buen camino en la vida. Y yo, como madre, no puedo más que apoyarla, y acompañarla y hacerle sentir que lo que ha conseguido hasta ahora es su tesón y trabajo, y no el mío. O sí. Porque seguiré luchando por ella. Toda la vida.

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