jueves, 14 de enero de 2010

No hay comparaciones posibles

Si de por sí un terremoto ya es un susto, no debe haber comparación entre vivirlo en un primer mundo o en el tercer mundo. Lo de ayer en Haití no se puede expresar con palabras. Tantas decenas de miles de muertos de golpe se dice rápido, pero eso demuestra que se trata de uno de los países más pobres del planeta. Qué injusto es el mundo. Hasta el índice de sobrevivir a las catástrofes naturales es menor cuanto más pobre sea el país en el que vives.

Yo viví un terremoto en 1987 en Los Ángeles, de una intensidad de 6,1. Para mí, que no había sido nunca testigo de ningún terremoto, fue un buen susto, y estaba a punto de levantarme cuando a las ocho menos cuarto de la mañana empezó un estruendo que no olvidaré jamás y todo daba sacudidas. Tardé un buen rato en reaccionar, aunque el "buen rato" serían segundos, que se hacen eternos en ese momento. Yo salté de la cama y a los gritos de mi tío me puse debajo de la puerta, bajo el marco, que es por lo visto lo que hay que hacer, o debajo de una mesa o algo que te resguarde de lo que se te pueda caer encima. Y cuando paró la pesadilla, vino el silencio, un silencio sepulcral. Sales a la calle, y miras lo que ha pasado. Por allí sólo había alguna tubería rota, pero nada más. En California, preparados como están para seísmos, las casas, hechas de madera, se sacuden como cajas de cerillas, pero todo suele quedarse en pie. Murieron seis personas. Y todavía se permitieron la gracia, uno o dos días después, de empezar con la venta de camisetas con el emblema "I survived the earthquake Oct. '87" ("sobreviví el terremoto de octubre 87"), algo que me pareció de mal gusto, y más cuando todavía tuvimos un par de temblores los días posteriores y me quedó algo de psicosis para el resto de la estancia allí. Cada vez que se movía algo me paraba un par de segundos a pensar si no sería un terremoto.

Y como cada punto más en la escala de Richter supone una magnitud diez veces mayor, uno de 7,3 grados y en un país como Haití debe ser el fin del mundo. Con demasiados problemas por resolver, una pobreza extendida a un 80% de la población, viviendas infrahumanas, y el no haberse repuesto aún de otras catástrofes, esto hace suponer que la devastación sea total. Ahora se mandará ayuda humanitaria, y se repetirá la misma historia de siempre: durante unos días nos acompañarán las imágenes, para desaparecer en el olvido y dejarles a ellos solos otra vez con la tragedia, una más de las muchas que tienen y de la que probablemente ya no se recuperen.

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