viernes, 2 de abril de 2010

Lübeck, en cualquier época del año

Viernes Santo, jornada festiva, cielo azul raso, sol. Todo propicio para hacer alguna escapada o excursioncilla. Pero como a la fiebre le da igual el sol, o lo que sea, hay que quedarse en casa. Cosillas sin importancia que los niños superan rápido, pero que hacen que no puedas planear nada. Así que es el momento de iniciar la serie sobre lugares que me encantan y a los que he ido unas cuantas veces y a los que viajaré mentalmente cuando los describa. Son sitios especiales porque, aunque siga yendo mil veces, o precisamente por eso, siempre me vuelven a gustar como la primera vez. A veces descubro algo nuevo en ellos y otras, simplemente, como suele ser el caso, repito el mismo recorrido. Empiezo por Lübeck, ciudad que recomiendo a cualquier viajero del norte de Alemania, por desconocida fuera de las fronteras, y por eso tan sorprendente.

Que sea ciudad Patrimonio de la Humanidad de la Unesco no es nada raro. La ciudad hanseática de Lübeck conserva como ninguna la esencia de las ciudades medievales nórdicas. Sufrió muchos bombardeos durante la II Guerra Mundial, y quedó bastante destruida, pero la reconstrucción le devolvió su brillo de antaño. El conjunto histórico-artístico es impresionante, con calles y calles de casas con preciosas fachadas, escalonadas u onduladas en la parte de arriba, con puertas adornadas que te invitan a adivinar la belleza del interior. Todo recuerda a un pasado de esplendor de una ciudad de comerciantes, rica por formar parte de una liga de comercio de las más antiguas que se conocen, la Hanse. Así que como ciudad hanseática, es hermana de Hamburgo, Bremen, Rostock y otras ciudades de tradición marítima y comercial.

Cada vez que voy a Lübeck cuento sus torres, para confirmar que siguen siendo siete. Lo aprendí en uno de mis cursos de alemán para extranjeros, en la lección sobre el participio como parte de las construcciones nominales que separan el artículo y el sustantivo con un montón de palabras entremedias y que al leerlas te cortan la respiración: "Die von sieben Türmen überragte Lübecker Altstadt" ('la por siete torres sobresalida ciudad antigua de Lübeck', así suena el alemán, a lo que hay que acostumbrarse...). Pero la frasecita, que se me quedó grabada para siempre, me sirvió para aprender no sólo de gramática sino que son siete las torres puntiagudas tan típicas de las iglesias del norte de Alemania las que tiene Lübeck. Y cada vez que voy no falta ni una de las torres, y mira que siempre vuelvo a contar, por si acaso.

Una de ellas es la de St. Petri, donde se puede subir en ascensor (si no yo no subiría...), y donde las vistas son impresionantes, y el viento te produce sensación de vértigo por estar abierta la parte de arriba. La Marienkirche, la iglesia de Santa María, tiene dos torres, y su interior, con sus arcos decorados con florecitas, resulta sorprendentemente alegre para la sobriedad de las iglesias protestantes. Impresiona la campana estrellada contra el suelo durante los bombardeos, y allí la han dejado, en memoria de la destrucción.

Un lugar obligado para un piscolabis, a cualquier hora del día, es la Schiffergesellschaft, de 1401, la asociación de los marineros, y donde hay un restaurante muy bonito con barcos colgando del techo y bancos de madera a compartir con desconocidos, algo que se hace aquí en los restaurantes o bares. Lübeck es además la ciudad del mazapán, que, en mi poco golosa opinión, es exquisito por ser menos dulce que otros que conozco. La tienda de Niedderegger, donde venden figuritas de todas las formas que uno pueda imaginar, con un pequeño museo de la historia del mazapán en la planta de arriba, merecen una visita.

Me hizo gracia la primera vez que vi la Holstentor, la Puerta de Holsten, tan conocida por ser la imagen en los billetes de 50 marcos antes de la llegada del euro. Y otros edificios muy bonitos son el ayuntamiento, el Hospital del Espíritu Santo, uno de los primeros de Europa, y los antiguos almacenes de sal. En la plaza del ayuntamiento tiene lugar cada año el mercadillo de Navidad, que para mí, con la oscuridad, el frío húmedo y la sensación de estar casi en Escandinavia, tiene el toque de congelación que necesitas para meterte para el cuerpo muchas de las fritangas o vinito caliente que ofrecen. Y otra vez el viento típico, por lo que el ayuntamiento tiene en uno de sus muros unos agujeros redondos enormes; esos "ojos" tienen como finalidad evitar que el viento derrumbe ese muro. Y es que hace mareílla por allá arriba. Se percibe la cercanía del mar Báltico, a apenas unos kilómetros.

Es además la ciudad de la familia Mann, y se puede visitar la casa Buddenbrooks, que es el museo dedicado a Thomas Mann, su obra y en especial a esta novela tan unida a la ciudad de Lübeck. Otra casa literaria que se puede visitar es la de Günter Grass, que vive en las cercanías de Lübeck y no aquí, pero donde se encuentra un centro de información sobre su obra.

En uno de esos caprichos que tienen las ciudades, Lübeck tiene un barrio a 20 km de distancia, pero se le disculpa la separación por estar en la playa. De Travemünde salen barcos gigantes con destino a Escandinavia, tan arriba está en el mapa, y aunque el clima no permite ir a la playa a menudo, si hace calor se llena como las playas de Benidorm, aunque a mí me amarga el que haya que pagar para ir a la playa.

Lübeck es una de las ciudades a las que le he perdido la cuenta las veces que habré ido, y de la que no me canso nunca. Se llega desde Hamburgo en una hora, y es un lugar especial para sorprender a la gente de que por aquí arriba hay sitios muy bonitos. Cambian los acompañantes, pero no la ciudad, y siempre me llevo algún recuerdo especial, aunque sea el haberme congelado más de la cuenta. Pero en qué lugar.

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