miércoles, 14 de abril de 2010

Estropicios

Soy experta en hacer estropicios. Desde siempre. Y tengo rachas. Pero la semana pasada hice un par de ellos. Todo empezó durante la comida del domingo de Pascua, comida familiar aquí en Alemania. Puse el mantel blanco inmacnulado de lino y sin haber probado el vino de la comida, tiré la copa, manché todo el mantel, rompí la copa, y bueno... no quedó todo ahí. A los pocos días, eché un quitamanchas potente que tengo y lo metí en la lavadora, pero no lo lavé hasta el día siguiente; gran error, pues cuando lo saqué, lavado, no di crédito a mis ojos: el quitamanchas había quitado la mancha del vino, pero había dejado una gigante de color beis oscuro en mi mantel blanco inmaculado, que ya no lo es, y además me ha hecho agujeritos en toda la superfice de la mancha (tamaño servilleta grande). Pues sí que me ha durado el mantel. Me lo compré el año pasado, pensando en las amigas que tengo que ponen manteles blancos inmaculados y que incluso los llevan a almidonar, como hice yo toda orgullosa tras la cena de Nochebuena, y los ponen siempre tan perfectos, con la mesa tan perfecta puesta. Y yo, que soy defensora de los hules (por qué será), pensé que debería tener uno así para Navidad, Pascua, y para cuando viene alguna amiga mía tipo Bree van de Camp de "Mujeres Desesperadas". Pero la que no vale para anfitriona perfecta no lo vale; así que volveré a sacar mi hule la próxima vez y sin complejos.

Y como se acerca el Día de la Madre, pienso en el estropicio de hace dos años. Como tal día me parece absurdo y nunca me pido nada, hace dos años hice una excepción para recuperar todos los regalos perdidos, y me pedí un móvil nuevo, que falta hacía; necesitaba la excusa perfecta. Mi flamante modelo "Día de la Madre" me duró cuatro días: estaba en casa de una amiga y fui al baño y como lo llevaba en el bolsillo (como hago siempre), se me cayó al váter... Por poco me da un síncope. Cuando aparecí por la tienda, el vendedor no daba crédito a sus ojos: mandó el móvil a arreglar, pero el agua se había cargado toda la electrónica, así que me tuve que comprar uno nuevo, por lo que tiré bastante dinero a la basura, y maldije que con el móvil viejo no hubiese pasado nunca nada. Cada vez que estoy en casa de esa amiga miro el váter "come-móviles" con miedo, y ella se ríe.

Luego están los estropicios que salen bien. El jueves fui al dentista con mis hijas. Por la tarde me voy a trabajar y al volver ellas me dicen que habían llamado del dentista por si había perdido la tarjeta del móvil allí. Y como mi móvil funcionaba perfectamente, aunque la foto de la pantallita se me había ido, yo dije que no podía ser la mía. Al día siguiente, al querer poner la foto otra vez, me di cuenta de que sí que era la mía, y no me explico cómo se me salió del móvil y se quedó allí. Y demasiada suerte que se cayó allí y no en la calle, o en una alcantarilla, o a un charco, o que un perro hubiese hecho sus necesidades encima. O como hace poco que me dejé mi plancha encendida un par de horas, hasta que el olor a caliente me hizo salir corriendo y di gracias de que el percance no acabase en incendio y yo estuviese en casa.

Así que en rachas así tiemblo, pues no sé cuál será mi siguiente estropicio. Mi tío de California siempre cuenta que yo me cargué toda su cristalería, que el año en el que viví en su casa no ganó para vasos. Con los años me he ido sofisticando, y los estropicios son más caros ("contigo la vida no es aburrida", me dijo alguien una vez, "y cara", dije yo). Pero mientras sean daños materiales, no es lo peor. Esos son replazables, y no los estropicios de índole inmaterial. Qué es un móvil o un mantel en comparación con las personas que se pierden, o con sensaciones rotas.

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