domingo, 18 de abril de 2010

Unas horas en el Mar del Norte

Mis lectores habrán notado (¡segurísimo!) que llevo días sin hablar del tiempo, lo cual quiere decir que hace bueno. Llevamos más de dos semanas con sol y cielo azul, y hoy hemos llegado a 19°C. Con este cielo azul, llevo días buscando cenizas en el cielo del volcán en erupción de Islandia, pero no se nota nada, salvo el caos en los aeropuertos y la democratización de dejar tirado a cualquiera, mismo a la canciller alemana, que ha llegado hoy con dos días de retraso de su viaje a EE.UU. tras volar a Lisboa, desde allí a Roma y luego en autocar hacia el norte. El autocar tuvo un reventón, y la canciller tuvo que continuar en coche. Pero ya ha llegado hoy a Berlín.

Como no podíamos coger el avión a ninguna parte, y había que aprovechar el buen tiempo y evitar la inactividad dominical, hemos ido a pasar el día a la costa, al Mar del Norte, a 115 km de aquí. Hay un lugar llamado Friedrichskoog, con un centro donde cuidan a las focas bebés que se quedan tiradas en la costa antes de tiempo, es decir, antes de terminar el período de lactancia de unas seis semanas en el que las cuidan sus madres, y que si no morirían. Es un lugar ideal para ir con niños, por idílico, con los barquitos de pesca, por los diques con cientos de ovejas pastando y balando por allí, por las vistas al Mar del Norte, ... y por los 10°C menos que había que aquí en Hamburgo (bueno, no por eso, porque si lo llego a saber...), ¡menuda rasca hacía! Es la región de Dithmarschen, en el estado federal de Schleswig-Holstein. Zona de agricultura, donde se cultivan todo tipo de coles, zona de producción de energía eólica, con cientos y cientos de aerogeneradores en el plano paisaje donde ves kilómetros a lo lejos, y lugar de vacaciones... aunque eso es algo que yo no me puedo imaginar. Si me meten a mí allí una semana con vistas al dique y oyendo balar a las ovejas, con la única alternativa de hacer una excursión en bici (no sé montar), acabaría en el psiquiátrico. Durante años trabajé con una chica que se crió en esa zona, y me decía que no sería nada para mí, que el tiempo suele ser como para "quedarse muerto", decía ella. Y mientras volvíamos a la civilización me imaginaba cómo habrá sido este duro invierno allí, con más frío aún, y prácticamente incomunicados por la nieve y hielo. Mi hija me preguntó si me gustaría pasar unas vacaciones allí, y yo le dije que no, que con unas horas me da. Qué paz, qué tranquilidad, qué ricas están las gambitas típicas que pescan los barquitos esos, los camarones o gambas grises del Mar del Norte que me he comido, qué idílico pasear por el dique sin disfrutar del paisaje por miedo a pisar los excrementos de todas las ovejas... Y qué aire que te atraviesa: es zona recomendada para asmáticos, o personas con problemas de bronquios; y no me extraña, pues agota, te llena los pulmones. Yo siempre pienso que ese aire debe ser bueno para limpiar todo, hasta las ideas, pues ha conseguido lo imposible: que yo me haya dormido después, en el trayecto de regreso, y que yo duerma en el coche eso sólo lo consigue el aire crudo del Mar del Norte, palabra de urbanita entre tanto idilio. Por supuesto que los "veraneantes" de la zona te dirán que no hay mejor sitio para ir. A mí llevan años tratando de convencerme, y no hay manera, pero yo sólo aprecio los idilios durante unas horas. Prefiero la imperfección.

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