lunes, 29 de junio de 2009

La familia

La familia es aquel grupo al que perteneces porque sí, porque te ha tocado, como te podría haber tocado otra. La familia de tu cónyuge es a la que perteneces porque te ha tocado la lotería. En la mayoría de los casos, aunque no quiero generalizar, nos parece que nuestra familia es mejor que la de nuestra pareja. ¿Por qué? No es que seamos mejores, pero con los nuestros tenemos una complicidad que no alcanzaremos nunca con los otros ni ellos con nosotros. Yo llevo años comparando, y sin querer ser injusta, que lo soy, la balanza se inclina hacia mi lado. El otro pesa menos, lo siento. Pero es que hay montones de situaciones que lo han avalado. Y no sé si en mi caso es un factor cultural. La familia es mucho en España mientras que aquí es más bien poco. La tienes, pero en muchos de los casos es como si no la tuvieras.

Tengo una amiga española que dice que su suegra alemana vale millones, y tiene una relación con ella como la que nunca tuvo con su madre, y su suegra siempre está ahí cuando la necesita. Me alegro, pues me gustan las excepciones que no confirman las reglas. Con mi familia de aquí tengo la sensación de que nunca dejarían nada de lo que tienen que hacer por echarnos una mano (y con estas obligaciones me refiero a ir a tomar el té, ir a ver las diapositivas de un viaje, o ir al mercado).

Sin embargo, observo en España también una cierta exageración. Se toma todo más en cuenta: que si éste no me ha llamado, no me ha dado el pésame o no ha ido al funeral. Lo bueno de la mentalidad aquí es que no quedas nunca mal, pues nadie espera nada de ti. Nadie se enfada si no le llamas, si no le visitas en el hospital, si no acudes al funeral (al tanatorio menos, pues no existe esa costumbre). Aquí das a luz y te viene a ver tu marido, por obligación, pero nadie más. "Es que no queremos agobiarte, ya iremos poco a poco". Cuando llamé a mi hermana al hospital cuando ella dio a luz, me reconoció que estaba agobiada por tanta visita. Yo estaba agobiada cuando di a luz porque ambas veces me tocó una iraní en la habitación, y entre las dos ocasiones debí conocer a todos los iraníes que viven en Hamburgo. No dejaban de venir familiares con fuentes de fruta y de comida, y ahí me volví alemana cuando a las diez y media de la noche se presentó otra familia entera a visitarla y les dije que no eran horas.

En España me sorprende que cuando operan a alguien muchos familiares estén en la sala de espera hasta que acabe el trance. Aquí eso es impensable, ni te dejan hacerlo, ni a los familiares se les ocurriría: "Ya iremos mañana, ... total, como está dormido por la anestesia...". Ni tampoco se queda nadie por la noche, ni siquiera para el posoperatorio, pero considero que es una exageración en España cuando los familiares se quedan tantos días seguidos.

Así que muchas veces no sé si alegrarme del desapego de aquí, o sentirme incómoda por ser ya una despegada yo misma. Cuando llegué aquí era mucho más cumplida de lo que me he vuelto. Pero quizá es el resultado de que la otra familia me ha enseñado otro tipo de relación. Aquí me parece todo más forzado, más ceremonioso, los encuentros son menos espontáneos. Al final te acostumbras, y actúas de acorde a lo esperado, pero cuando estoy con los míos, me doy cuenta de la diferencia, así que seguiré siendo injusta, porque al menos con ellos no necesito ser otra persona y comportarme tan ceremoniosamente.

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