domingo, 28 de junio de 2009

Siete dormilones

Ayer fue Siebenschläfer, que literalmente significaría 'siete dormilones', aunque en realidad, como acabo de ver, es un lirón gris (no me caracterizo por mi conocimiento del medio). El 27 de junio tiene su importancia en Alemania, porque se dice que el tiempo que haga ese día, será el tiempo de las próximas siete semanas. Ojo al dato, pues si ese día te mueres de frío y llueve a mares, te podrás desesperar el resto del verano. Si hace bueno, podrás sobrevivirlo. Ayer fue una mezcla de todo, pero sobre todo nada malo: amaneció un cielo gris gris, y aunque no llovió se mantuvo así hasta las cinco de la tarde. A esa hora salió el sol e hizo una tarde maravillosa. A las doce y media de la noche cayeron unas cuantas gotas. Teniendo en cuenta que mi fiesta de cumpleaños empezó a las seis, puede decirse que tuve mucha suerte. A las doce y media de la noche, cuando lo gordo había pasado, cayeron cuatro gotas (más no fueron, y eso en Hamburgo), que por suerte ya no afectaron nada. Hoy ha amanecido igual, gris gris, y la tarde ha sido muy soleada. Ojalá se confirme la regla del lirón (¿quién se inventará estas reglas?, me pregunto, denominadas Bauernregeln, Bauern: 'agricultores', Regeln = 'reglas', una especie de refranes metereológicos).

Pero los siete dormilones somos los cinco visitantes españoles que he tenido en casa, más mi marido y yo (a mis niñas no las cuento, pues estaban más frescas que nosotros). Hoy estábamos todos para el arrastre, con la resaca correspondiente a las pocas horas de sueño de las últimas noches, sobre todo yo, como anfitriona. Pero ha merecido la pena. Es genial pasar unos días así con los tuyos, y reírte tanto, pues al ser gente de tu país de origen, la perspectiva es la misma, y las sensaciones, aunque olvidadas tras tantos años aquí, fueron las mismas que yo tuve al llegar. Ha sido divertido volver a enseñar Hamburgo, y oír comentarios que me han hecho reír y reír: que si no he visto a una chica guapa en estos tres días en toda la ciudad (comentario de un hombre), que qué agria es la gente (comentario de mi amiga: estando ambas en una cola para tomarnos un zumo yo le traduje la variedad que había y la señora de delante se tapó los oídos por molestarle el tono de nuestra voz); que si no hay gente por la calle y que dónde están todos; "ah, es que están todos en la Reeperbahn", constataron el viernes por la noche, y les costó superar el impacto de pasar de no ver a nadie a ver a multitudes de colgados de la noche, ya que la mezcla era explosiva: entre los moteros de las Harley Davidson, que han tomado la ciudad este fin de semana, la prostitución aún más evidente que en otras ocasiones (por los moteros, me imagino), todos los borrachos que iban dando tumbos por la calle, el grupo de tiroleses que nos encontramos en un bar (en mi vida he visto un grupo así en el norte, pero parecía que lo hubiera organizado yo, para dar colorido alemán a la noche). Así que al final había seres, y "humanos", como ellos dijeron, con todas sus virtudes y sus defectos. Tomándonos las últimas cervezas en la Hans-Albers-Platz, observamos la caza del cliente de las prostitutas, vestidas de una manera que sorprendió a mis huéspedes: riñonera, medias de nailon, encima un pantalón corto, un estilo deportivo que, salvo la evidencia de la "pechuga" en muchos casos, poco de atrayente tenía (ya digo, yo cito a mis visitantes: "es que los hombres somos así de simples, con eso nos conformamos").

Así es Hamburgo: orden y desmadre; así es el tiempo, siempre sorprendente; y así son las fiestas: diversión y resaca al final. Espero no necesitar los siete meses que duerme el citado lirón gris para recuperarme, pero siete días fijo. Gracias a todos.

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